martes, 24 de mayo de 2011

Un café y un sobre en blanco. Capítulo 11. Sábado de camisa y polo.

Pasado el mediodía de Madrid…
Pantalón marrón claro, camiseta gris con encaje en el escote, trenca azul marino y botines militares grises. Ha quedado con Alo.
No sabe dónde van a ir, pero desde ayer sólo quiere estar con él, pensar en él y tener su pelo rubio entre sus dedos…
Y entre su nueva felicidad y sus instantáneos flashbacks del día anterior, aparece la imagen de Marc, ahí, inmóvil y acusadora. Recuerdos. Malos o buenos pero al fin y al cabo recuerdos.
Coge su BlackBerry y marca con agilidad, con furia. Uno, dos, tres pitidos…
                -¿Si?
                -¡Hola! –dice ella como con ansia.
Él, al otro lado, se extraña un poco, tarda en contestar.
                -Hola.
                -Oh, Dios, ¡lo siento! –dice ella cuando se da cuenta de por qué le ha llamado –Lo siento, lo siento. Nada, luego nos vemos.
                -Caye… ¡Caye! Dios, cálmate… ¿ha pasado algo?
                -No no… nada nada…
                -¿Seguro?
                -Si, tranquilo… luego te explico si eso. A las cuatro y media, ¿no?
                -Sí, en la parada de siempre –dice él.
Llevan viéndose en la parada donde se conocieron, (en el Starbucks nada más se vieron) desde hacía unos días. Los dos reían y se olvidaban de si había sido un mal día o uno bueno, si habían suspendido algún examen o si les habían echado de clase por hablar, procedimiento Caye conocía a la perfección.
                -Te quiero –dice él después del corto silencio que se ha formado entre ellos.
                -Y yo.
                -Hasta ahora.
                -No veo la hora de que llegue –dice ella risueña.
Él ríe al otro lado de la línea.
                -Adiós tonti.
                -Te quiero.
Y cuelga. La típica cursilada de pelearse por quién cuelga antes está muy vista.
Mierda. No ha llamado a Jaco ni le ha dicho nada.
Bueno, habrá hecho planes con éstos, de todas formas tenía partido, si salía estaría súper cansado así que…
Joder. Siempre pone excusas y justificaciones con él.
                -Pequeña, ¿vas a salir? –dice Vic, sobresaliendo por el marco de la puerta.
                -Sep. ¿Tu?
                -Si. Me van a presentar a una chica que por lo visto es muy maja…
                -Ya, sus tetas también lo serán, ¿no? –dice Caye.
                -Eso no lo sé, no he tenido el placer de hablar con ellas –se burla su hermano.
Ella le da una colleja. Y se ríen los dos, unidos, felices, aunque sea poco a poco, otra vez.
“I need you boo,
I gotta see you boo
and the hearts all over the world tonight,
said the hearts all over the world tonight”
                -¿Qué suena? –dice Vic, levantándose del suelo, donde esteba haciéndole cosquillas a su hermana.
                -Ni idea…
“Hey! Little mama, oh, you're a stunner.
Hot little figure. Yes, you're a winner and
I'm so glad to be yours, you're a class all your own and…”
                -¡Ah, mierda! Es mi móvil.
Caye había cambiado el tono del móvil ayer y no se acordaba.
                -¿Sí?
                -Tía, ¿te vienes?
                -¿Dónde, cuándo, con quién…?
                -A Joy, esta tarde, está claro. Y conmigo.
                -¿Solas?
                -Hmmmm… sí, a no ser que traigas a alguien…
                -Es que he quedado tía, lo siento.
                -Ah, vale. No problemo. Un besito.
                -¡Bye! –termina Caye. Y cuelga.
¡Será interesada la tía!
O sea, nunca la llaman para quedar y hoy, que seguro que se ha quedado sin planes y sola, la llama para salir. Y encima a Joy, para encontrarse a los amiguitos mayores de Jaco y Antonio. ¡Cuánta fe!
                -¿Quién era?
                -Irene…
                -Esa niña es una guarra. Sé que es tu amiga, pero no veas la chiquita…
                -No, si ya lo sé. Y muy amiga no será cuando sólo me llama los días que no la llaman a ella para salir por ahí.
                -El otro día entré en el Hi! y la vi zorreando con unos tíos de unos treinta años…
                -Qué asco.
                -No la cogí y le solté un guantazo porque los machotes me hubieran acorralado por echar a perder su próximo polvo…
                -¡Víctor! ¡No hables así que parece que has salido de una alcantarilla!
                -¿Una alcantarilla? –dice, poniendo cara rara.
                -Si, ¿vale? No se me ha ocurrido nada más sucio y más feo que eso.
                -Pues menuda parida has soltado, hermanita.
                -Forget me –dice, sonríe y sale de la habitación.
Él la mira mientras desaparece. Sonríe. Ahí va la nueva Cayetana Artibarre. Nueva y feliz. Por fin.
Mierda. Tendría que haberle dicho a su hermana que le ayudara con la ropa.
Bueno.
                -No será tan difícil, ¿no? –se dice él a sí mismo mientras abre las puertas del enorme armario.
Allí encuentra pantalones de todos los colores, polos, camisas, camisetas y jerseys. Pero en realidad no sabe cómo ponerse nada de eso, porque es su hermana la que le arregla la ropa y la que le suele organizar las cosas cada día que sale.
Mira una y otra vez toda aquella ropa que sabe que es suya pero que no sabe ni combinar ni casi descolgar. Parece todo tan cuidadosamente colocado que le da hasta miedo tocar algo.
                -Dios, cómo puede hacer esto mi hermana todos los días…
Y se sienta en la cama, donde nota algo raro. Algo que no parece la colcha.
Se levanta y se da la vuelta.
                -Cayetana. Te quiero –dice en alto.
Le ha dejado la ropa preparada. ¿Cómo sabía ella que iba a salir? Si le ha preguntado y todo…
Bueno, luego pensará alguna manera de agradecérselo. Son las cuatro y ha quedado a las cinco en Callao con Alexia, la chica esa de la que todos hablan tanto.
Pantalón blanco, camiseta rosa y camisa de rayas verdes y fucsias. Converse bajas verdes.
No lo entiende. Cuando miras toda esa ropa junta, parece estar como en una perfecta armonía. Y cuando él mira el armario abierto no ve nada de eso, y no entiende cómo se puede ser capaz de hacerlo.

Vaqueros, camiseta blanca y sudadera de Hollyster. Está harto de maldecirse.
Éstos le han llamado para ir a conocer a unas chicas o no se qué. Pero pasa de meterse en Callao y toda la movida. Va a salir a darse una vuelta. No sabe ni por dónde ni hacia dónde, pero va a salir a que le dé un poco el aire.

                -¡Ay, tonto! ¡No! ¡No hagas eso! –dice. Y se echa a reír.
                -Así que debajo de la barbilla y debajo del labio, ¿no?
                -Jo. Eres maaaaalo –se queja.
                -Te gusta, y lo sabes, mi amorrrrr –contesta Alo.
                -Me gustas tú –dice rotunda.
Y se besan otra vez, con una sonrisa en los labios, como llevan haciendo desde que se han visto en la parada.
Se han detenido. Se miran el uno al otro y sonríen. Alo se acerca a ella y hunde su nariz en su cuello. Huele bien, como a… vainilla.
                -Alo… -dice Caye, cuando han empezado a andar de nuevo.
                -¿Sí?
                -Hmmm… No, nada, nada…
                -Odio que hagas eso. Siempre me dejas a mediaas –replica, cual niño pequeño.
Ella se ríe. Baja la mirada y sonríe tímida.
                -Es que… No, jope, ¡nada!
Y él no insiste, al ver que la joven se ha sonrojado. Se ha puesto roja. Y eso es decir poco. ¿Qué será lo que iba a decirle?
                -Me… ¿me coges de la mano?
Ya está. Lo ha dicho.
Él se sorprende. Sonríe.
Ella se arrepiente de haberlo dicho. Mete las manos en los bolsillos de la trenca. Pero Alo enseguida cuela la suya en el bolsillo derecho de ella y la agarra fuerte.
Y siguen así, caminando unidos. Juntos. Sonrientes. A lo largo de la calle.

¿Por qué existe el amor? O, ¿acaso existirá?
¿Por qué narices está en la calle mirando hacia cualquier lado y, allí donde mire, hay alguna pareja sentada en un banco, o caminando animada, o besándose?
¿Por qué mientras ve eso no puede dejar de pensar en Cayetana?
Sigue caminando. No sabe en qué calle está, pero desde luego, no la conoce. Suena su móvil, una canción que le recuerda a ella. Eso también. Pero cuelga, no quiere que nadie le distraiga, no quiere hablar con nadie en estos momentos.
Camina cabizbajo y mirándose las Asics, y no ve que está a punto de chocar con alguien…

                -¡Ay!
                -Ay, perdona tío –dice el joven que acaba de chocar con él.
                -¿Estás bien? –dice Jaco, que ve cómo se frota los ojos.
                -Si. Si, lo siento mucho en serio.
                -Nada, no te preocupes tío…
                -Lo siento eh, hasta luego.
                -Adiós –dice mientras ve alejarse a ese extraño joven. Y seguidamente paga el saquito de castañas a la señora de las manos arrugadas y ennegrecidas.
Vuelve a mirar al chico, parecía como triste, despistado, piensa mientras se acerca a Caye.

Está tonto perdido. Casi tira al suelo a ese pobre chaval. Y encima tiene visiones raras. Ha creído verla, estaba más guapa que nunca: llevaba el pelo suelto y unos pantalones ajustados.
Se gira. Ya no es capaz de divisar ni al chico de las castañas, ni a la posible Caye.

¿Era Jaco el que ha chocado con Alonso?
Mejor no dice nada…
                -Toma cariño.
                -Gracias –dice sonriente ella.
Que se pone de puntillas para darle un beso en la mejilla al chico. A su chico.
Y siguen andando, mientras pelan las castañas. Queman, y la cáscara se clava entre las uñas y los dedos. Pero nada importa, porque están juntos.

Mejor va a sentarse a pensar, porque como siga andando van a detenerle por escándalo público o algo así. Se ha chocado con tres personas ya. Tiene que relajarse.
Cierra los ojos y sube la cabeza hacia el cielo. Nota un frío terrible en la punta de la nariz, y se ríe por notar algo tan simple en una zona específica del cuerpo. Lo que decía. Está tonto perdido.
                -¿Te he dicho lo guapo que vas hoy? –oye decir a una chica, no muy lejos de su posición. Pero sigue con los ojos cerrados.
                -Hmmmm… no. Pero no hace falta que lo digas, porque la increíble eres tú.
Intenta cantar, pensar en cualquier cosa y dejar de escuchar la felicidad de la gente.
                -Me encantas, en serio. Tus pantalones rosas, tu camiseta azul, tu cárdigan blanco… ¡es que eres perfecto!
Pantalones rosas, camiseta azul marino, cárdigan blanco… ¿de qué le suena eso? ¡El chico de las castañas!
Abre los ojos y ve que la pareja ya ha pasado delante de él, y no puede verles la cara, pero la ropa de ella también le suena de algo.
Van de la mano, picándose, besándose con picardía, con gracia, con verdaderas ganas. Compartiendo su tarde de sábado. Felices…

¿Era Jaco el que estaba sentado con los ojos cerrados hacia el cielo…?


viernes, 20 de mayo de 2011

Un café y un sobre en blanco. Capítulo 10. Hoy no voy a ir a jugar.


Sábado. Sábado espléndido para unos, y no tanto para otros. Sol y nubes. Viento.
                -¡Buuuuuuuuuuuuuenos días, pequeño!
                -¡Uuuuu! Qué feliz estás tú hoy, ¿no? –insinúa Victor arqueando las cejas.
Caye le da un codazo y sonríe.
Coge su taza morada con sus iniciales y se prepara un café. Su hermano hace lo mismo con su taza, y juntos, se sientan y se untan dos galletas maría con mantequilla.
                -Bueno, ¿quién es el afortunado al que tengo que partirle la cara si llegas un día llorando?
Caye le mira con los ojos muy abiertos. Moja su galleta y muerde. Parece medir cada miga, parece regular las veces que mastica. Cuando traga da un sorbo a su café.
                -Ish, no digas eso –responde Caye, intentando parecer enfadada -. Alo. Alonso –dice finalmente, sonriente como hacía tiempo que no se la veía.
                -Hmmmm… tiene nombre de… los nuestros –dice imitando las comillas con los dedos.
                -Ajá –dice ella, quién entiende perfectamente lo que le está diciendo su hermano –. Lo es –añade convencida.
Y así desayunan, los dos. Hablando y riendo. Compartiendo lo que piensan, lo que hicieron ayer y lo que piensan hacer en esta mañana de espléndido sábado que no para todos ha empezado igual.

                -Jodido despertador…  -maldice Jaco dándose la vuelta entre las sábanas.
Cierra los ojos e intenta dormir algo. Ha estado toda la noche pensando en qué puede hacer para olvidarse de ella. ¿Olvidarse? ¿Le gusta? ¿La quiere? No… No cree.
O más bien puede decirse que ha estado toda la noche pensando en si quedarían hoy, en qué podrían hacer o dónde podría llevarla. ¿Por qué tiene tantas repentinas ganas de estar con ella?
¡Mierda! ¡Hoy tiene partido!
Bueno… tenía, porque hace quince minutos que tendría que estar entrenando.
                -Jacobo, cariño… Vas a llegar tarde –dice Leticia.
                -Ya lo sé mamá... –responde él, girándose hacia su madre.
                -¡Oh! –grita ella asombrada – Jaco, ¿qué te ha pasado en la cara? ¿Te han pegado, hijo?
                -Anda, ¿qué dices mamá?
Se levanta y se mira al espejo.
Está realmente horrible: tiene ojeras y los ojos completamente rojos. Tiene los labios agrietados y está completamente pálido. La verdad es que no se siente muy bien.  No va a ir a jugar.
                -Llama a Charli, no voy a ir –lo último que añade, mientras se mete de nuevo en la cama.
Leticia se acerca preocupada a su hijo y le da un beso en la frente.
                -Claro, cariño.
Y sale de la habitación sin añadir nada más.

¡Tiene un mensaje!
“Holaa! Lo pasé muy bien ayer, graaciass :)
PD: ¿Sabes una cosa? … Te quiero mucho LL”
Vaya... Qué mona es.
Sonríe y acaricia las letras en la pantalla del móvil con tal delicadeza que se sorprende cuando se da cuenta. Cierra los ojos y ve los de ella, ahí, brillantes y abiertos, como mirándole.
¿La llama? Son las diez y media, esperará un poco más.
                -Buenos días -canta Rocío entrando en la habitación, le da un beso a su hermano y se tira a su cama -. ¿Qué tal ayer? -insinúa.
                -Muy bien. La verdad que muy, muy bien... -dice socarrón.

“Lo siento. Ayer no te llamé, pero no me acordé, sinceramente. Y bueno, no sé si hoy saldré o algo, pero yo si eso te llamo, va? (:
PD: Qué tal tu viernes? “
Que ¿qué tal?
Oh... ¡Perfecto! Has pasado de mi, pero estoy genial...
Dios. A ver si esta tarde le llama.


jueves, 5 de mayo de 2011

Un café y un sobre en blanco. Capítulo 9. En el sexto escalón.

Viernes en Madrid. Tarde de sol. 
                -Hmmm... ¿qué me pongo?
Y vuelve a echar una prenda sobre la cama después de, al igual que lleva haciéndolo toda la tarde con todo su armario, ponérselo sobre el pecho para ver qué tal.
Bueno, ya está bien, que sólo vas a dar una vuelta. Se dice a sí misma.
Y acaba decidiéndose por un vestido rojo de media manga, liso, por encima de la rodilla con unos Oxford con la bandera inglesa que su padre le consiguió de la Edición Limitada de Moschino.
Coge su móvil, sus RayBan de flores y su bolso azul de charol. Y sale sin decir nada, Víctor avisará a sus padres de que ha salido.

Encuentro en cualquier lugar, arenas de algún mar
que hace ya tiempo pudo vernos caminando juntos.
Echo de menos despertar...


¡Es él! Ha cambiado su tono de llamada y ha dejado ese para Jaco únicamente.
                -¡Si?
                -¡Hola! ¿Qué tal va la tarde?
                -Hmmm... bien –la verdad es que era el primer día que tenía el número de Jaco y veía algo raro que la hubiera llamado.
                -¿Pasa algo?
                -¿Eh? No, nada –y ríen.
                -Qué te iba a decir... ¡Ah! ¿Quedamos? ¿Esta tarde, quizás mañana?
                -Emmm... esta tarde no creo que pueda. Y tampoco sé lo que voy a hacer mañana, pero... vale, llámame y vemos.
                -Tienes prisa, ¿verdad? Si es que no tendría que haber llamado...
                -¡No! ¡Qué va! Me ha extrañado, pero me gusta... –y se arrepiente enseguida, como siempre con él, de haber dicho eso.
Jaco se ríe al otro lado de la línea.
                -Bien, entonces ya hablamos. Tengo ganas de verte. Un beso.
                -Hmmm.. ¡Si, si! ¡Adiós!
Y cuelga.
Alonso la espera. Corre. Mira su reloj, las seis menos veinte. ¡Y habían quedado a las cinco y media!

Alonso mira una vez más el reloj. Si no hubiera podido ir le hubiera llamado, ¿no?
Vale, estoy paranoico. Tranquilízate un poco, tío. Se dice.
                -¿Estaré demasiado arreglado? ¿Demasiado informal, quizás? –dice para sí.
Se ha puesto un pantalón beis y un polo de Tommy de rayas moradas y verde oscuro, de esos que se levanta el cuello.
Se echa el pelo para atrás. ¿Dónde estará?... Bueno, solo han pasado diez minutos, habrá perdido el autobús.

Ve una silueta rubia a lo lejos mirándose en el reflejo de un escaparate. Seguro que es él.
Corre hacia la posición de su amigo. Porque es su amigo, ¿no?
                -¡Hola!
                -¡Joder! –exclama él.
                -¿Tan mal voy?
                -¿Bromeas? –dice, mientras le da una vuelta sobre su propio eje como si fuera una bailarina –Sólo me has asustado un poco...
                -Un poco... –dice ella. De seguido se ríe. Él la acompaña.
                -¿Vamos?
Y caminan a lo largo de toda la calle hasta llegar a un bar de zumos.
                -¡Ala! Yo no conocía esto...
                -Pues ya lo conoces, pero sólo podrás venir aquí conmigo. Ya que no lo conocías... –y sonríe.
                -Hmmm... eso me suena a algo... ¡Carolina se enamora! ¡Qué plagias eres!
                -¿Te has leído ese libro?
                -Si. Y por lo que veo tú también...
                -Me lo mandaron en clase...
                -¡Seguro! –y se carcajea –da igual, sea como sea...
                -Sólo quería ser original.
                -Lo has sido. Tendrás tu premio –dice. Y le guiña un ojo.
Eso le ha sonado bien. ¿Le dará un beso?
Bueno, mejor que no se adelante a los acontecimientos que la tarde acaba de empezar.
Los dos entran. Se sientan y piden ella, una bandeja de macarons y él, una cookie gigante de chocolate blanco. Además, un zumo de mora y manzana, y uno de kiwi y plátano, respectivamente.
Los dos ríes, hablan y disfrutan de sus dulces, mientras beben  y, mientras en otra parte de Madrid la tarde no está siendo tan dulce…

¿Por qué no le llama? ¿Habrá hecho otros planes? Seguro…
Y encima le ha dicho a los chicos que no salía porque le habían castigado. Definitivamente, va a ser un viernes de mierda. Olé por él y su vida social.

                -¿Quieres algo más?
                -¿Bromeas? Una sola gota más de zumo y te denunciarán por poner bomba suicida en Madrid –dice Caye echándose hacia atrás para apoyarse en el respaldo de la silla.
Los dos ríen, cogen sus cosas y salen del establecimiento animados, risueños.
Empiezan a andar calle arriba, hasta llegar a unas escaleras empinadísimas.
                -Yo no puedo subir eso, me parto la crisma –dice ella.
                -No te preocupes, nos sentamos ahí, en el sexto escalón –dice él sonriente.
                -¿El sexto tiene que ser?
                -Si. Si… o si.
                -Vaya… Pues, vamos.
Y  suben hasta el sexto escalón. Un escalón exactamente igual que los demás para Caye, al menos por ahora.
Alo la mira, sus ojos, su sonrisa. Hoy su pelo parece más brillante, sus labios parecen más gruesos, más llenos… como de alegría.
Caye se siente cómoda con Alo, menos cuando la mira fijamente y siente como si tuviera algo entre los dientes, una legaña o algo en la nariz. En el mismo instante que piensa eso se ríe ella sola.
                -¿Qué? ¿Tengo algo? –pregunta Alo alarmado.
                -Sí –dice, fingiendo reírse de él -. Ahí, no no, más arriba, más. Más arriba, no no, un poco más abajo, derecha, derecha. ¡No! A mi derecha no a la tuya –y vuelve a reír.
Entra en un juego nuevo, íntimo, que solo ella entiende. Que solo ella entiende, pero que no tardará en descubrir él. O eso cree.
Alo se rinde, baja la mano y busca los ojos de la chica. Ella deja de reír, su corazón late a mil por hora.

"¿Qué va a hacer? ¿La besa, no la besa? ¿Se apartará?"

"¿Va a besarla? ¿En serio quiere besarla? Va a ser el primero que lo haga, y no quiere mentirse a sí misma: le hubiera gustado que, como todas las veces que lo ha soñado despierta, el primero hubiera sido Marc."

"Sí."

Alo intenta sonreír, pero tiene que admitirlo: está nervioso.
Se acerca cada vez más a ella, de quien empieza a notar la respiración entrecortada. Sonríe, él no es el único que está atacado. Cierra los ojos, cierra los labios e intenta respirar profundamente. Ella le mira, intenta respirar igual, pero no lo consigue. Alo sigue acercándose, más. Más, más. Y sus labios finalmente se juntan.
Beso seco. Mierda.
Ella se separa y se relame, vuelve a cerrar los ojos. Alo vuelve a acercarse y vuelven a sus labios. Se fusionan, se hacen uno. Se mueven como olas, al mismo ritmo, despacio. Despacio y luego rápido, y luego otra vez despacio. Sus lenguas se exploran  con ansia, con ganas de conocer. Como si llegando más y más lejos fueran a llegar a saber cada historia que ha pasado por ellos, por ahí.

Son las ocho y media de la tarde. El móvil no ha sonado y no cree que vaya a sonar. Jaco le da un manotazo a su Nokia N97 hasta tirarlo de la cama.
Menudo iluso está hecho.

Son las ocho y media de la tarde y ellos siguen en ese sexto escalón. En el que no es la primera vez que uno de los dos ha vivido lo que está viviendo en estos momentos.
Y el otro no lo sabe, pero ellos siguen besándose, abandonados el uno en el otro. Ha sido un buen viernes.


domingo, 27 de marzo de 2011

Un café y un sobre en blanco. Capítulo 8. ¿Acaso no es suficiente lo que hemos sufrido?

Viernes en la capital Sol, sol y más sol.
            -Hola chicooos -dice Mario cuando entra en clase.
            -Helloo.
            -¿Os hace un Starbucks esta tarde?
            -Ni lo preguntes.
Estrechan las manos y se sientan en sus sitios.

            -Bueno señores, vamos a empezar la clase que ya va siendo hora... -dice Alejandro, el profesor de filosofía.
Alexia se acerca a Alonso y empieza a preguntar.
            -¿Por qué será que hoy estás más contento que últimamente?
            -Mmmm... por nada -apremia él. Y sonríe.
            -Ya, ya...desembucha -dice, alzando un poco la voz.
            -Bueno, te lo contaré... pero solo porque eres mi mejor amiga, y -dice antes de terminar y dándole importancia -, porque confío en que no se lo digas a nadie.
Alexia se lleva la mano a los labios, simbolizando que los cierra con cremallera.
            -Bien, bueno... pues hace como unas cuatro semanas una chica en el Starbucks de siempre, se me quedó mirando y la sonreí...
            -Menuda loca -interrumpe ella.
            -Sssh. Bueno, no había podido dejar de pensar en ella y en cómo podría volver a verla. Pero no me hizo falta ningún plan porque el otro día, cuando cogí el bus, te acuerdas ¿verdad? Pues resulta que me crucé con ella y nos presentamos y tal y me di cuenta de que era ella y tal.
Alexia aplaude intentado alegrarse, pero nada más lejos de la realidad, sólo lo finge.
            -Y bueno, pues eso... tiene mi móvil y si algún día se decide a llamar, quedaremos...
            -Hmmm... -dice, y sonríe. Sólo por que su mejor amigo no piense que no alegra por él.
Alexia lleva colgadísima de Alonso desde hace dos años y nunca ha querido decírselo porque no quiere perderle. Y nunca había corrido peligro, pero ahora la chica esa de la que hablaba su amigo se había convertido en su enemiga.
            -Esta tarde vienes, ¿no? –dice él.
            -Claro, no me perdería una tarde contigo por nada del mundo –y por una vez en mucho tiempo siente como si esas palabras fueran las más reales que hubiera dicho nunca.
            -Además, hoy hay que ir a coger los flyers.
Ella asiente y se gira hacia el profesor, que les ha pillado hablando.
            -A la siguiente, salen ustedes de clase.
Y se siente orgulloso sabiendo que los alumnos le tienen tanto respeto. Tiene poder sobre ellos y, ya que él no puede controlar su vida, controla la de ellos.
No quiere que nadie sepa lo mísera que es su vida. Su mujer le ha dejado por el fontanero que era amigo de la familia. Y dice era, porque para él ya no es más que el cabrón que se ha llevado a su mujer y a sus hijos.
            -Bien, para el lunes, del catorce al treinta y dos, sin saltarse ninguno. Los revisaré uno a uno.
Todos los alumnos abren los ojos de par en par. Pero ¿este tío esta loco?, ¿de qué va?
Y salen todos uno a uno con las cabezas gachas, e indignados por la actitud del docente.
            -Será gilipollas… -replica Alonso por lo bajo, mientras su móvil vibra dos veces, indicando la entrada de un nuevo mensaje.
“A las 8 y media, en la plaza del Hard Rock. Cenilla y paseo… te parece?”
Sus ojos se iluminan. Es ella. Cayetana quiere cenar con él. Ya le da igual que sean treinta ejercicios, como si son ochenta… Cayetana quiere quedar y eso le alegrará todo lo que tenga que ver con el fin de semana que se presenta bien, ¿no?

Será una buena oportunidad para preguntarle por la carta…
¡La carta! Se le ha dejado en la cajonera.
Alonso se da la vuelta y corre como si su vida se fuera en ese papel escrito a mano. Pero el aula está cerrada y el profesor está dentro. Tiene un papel en la mano y lo lee con sumo interés.

-No puede ser… -se dice a sí mismo Alonso. ¡Es la carta!
El joven aporrea la puerta pidiendo que le abra. Alejandro se acerca y mete la llave en la cerradura.
Abre.

            -¿Qué problema tiene, señor?
            -Pues que me he dejado un papel en mi cajonera… ese que usted está leyendo.
            -Ah, ¿me está usted reprochando algo?
            -No, no… solo me gustaría que me lo devolviera.
Alejandro se lo piensa. Podría chantajearle.
Pero finalmente le entrega el papel.
            -Una carta muy interesante…
Alonso no responde. ¿De qué va? ¿Le está vacilando?
            -Gracias. Adiós –dice él. Y se va de nuevo hacia su taquilla.

Por fin a salvo. Abre el papel para comprobar que el texto está intacto. Un texto que lee de nuevo.
“Hola Marc. Sólo quería decirte que…  aunque me duela aceptarlo después de tres semanas, te echo de menos. Más que nunca.
No sé ni siquiera cómo empezar, tampoco sé si esto servirá para algo o simplemente debería dejar las cosas como están.
Si  algo he aprendido en mis dieciséis años de vida, es que si no arriesgas no ganas y supongo que es lo que estoy haciendo justamente ahora, y lo que he hecho siempre contigo, quemar mi último cartucho y lanzarme cuesta abajo hacia lo que venga.
Tengo la sensación de que no te conozco.
El chico con el que tantas cosas he compartido, tantas sonrisas, tantos momentos. Tantos secretos, tantos chistes malos. Tantas noches a escondidas, con el portátil encendido sólo para ti, riéndonos de cosas banales que sólo entendíamos nosotros. Tantas canciones, tantos chistes malos. Tantas apuestas, todos esos piques sin importancia, y sus correspondientes reconciliaciones…
Tu, por quién venía corriendo del colegio para contarte cualquier cosa que consiguiera hacer que el tiempo volara. Quién hacía que se dibujara en mi rostro una nueva sonrisa, distinta, nueva e impredecible.
Duele pensar que ya no estás. Que has desaparecido. Que has dado paso a alguien con el que siento no tener ese vínculo que según tú nos unía. Y que yo creía tan asombrosamente fuerte. 
A veces me ahoga esta impotencia del teclado, me absorbe este vacío de no poder tocarte. A veces pienso si de verdad todo esto merece la pena, si toda esta lucha acabará haciendo verdadero daño. Lloro las noches que me gustaría que estuvieses por aquí, lloro los días que me levanto sin tu “¿Cómo ha dormido lo más bonito de Madrid?” en mi bandeja de entrada.
Tenía la seguridad de que iba a cobrar todos los intereses que había pagado por haberte conocido, pero sólo me ha llegado la factura de ese impuesto revolucionario al que llaman dolor tonto.
Me dicen que no me mereces y no les creo. Me dicen que no volverás jamás y no quiero creerles. Me dicen que esto que sentía no era amor, ni llegaba a cariño, pero entonces ¿por qué me duele tanto? Me atosigan para que rehaga mi vida, para que borre cada segundo contigo, pero he perdido el tippex. Me dicen que todo esto solo ha sido un juego y sabemos que no es verdad… ¿no?
Me gustaría decirte que lo estoy haciendo bien sin ti, que no te echo de menos.
Pero ambos sabemos  que es mentira, y no creo que sea el momento de empezar ahora.
Sé que las circunstancias que nos rodean no son las adecuadas, por eso me conformo con tu amistad. No espero nada más, aunque me duela tener que admitirlo.
En ningún momento creí que el amor como tal existiera para mí. Creía que para mí era demasiado pronto. Creía que en su defecto estaban todas esas palabras de afecto.
Créeme cuando te digo que no pretendía cogerte ese cariño especial del que tantas veces hemos hablado. Tan sólo quería encontrar a alguien con quién compartir mis inquietudes,  mis más ansiados anhelos. Y aunque en realidad aquel día no buscaba nada, simplemente alguien con quien hablar un rato, apareciste tú ahí en medio de la pantalla.
Y como por cosa del destino, sin pretenderlo me fuiste ganando poco a poco.
A pesar de que no creía que para nosotros existiera una final y de que tus palabras me dolieron. Que no sé cómo tenían esa fuerza, ni porqué me decías todo eso. Y que querría encontrar la respuesta a todos los por qués que me asaltan cada noche acompañados de lágrimas. Me gustaría darte las gracias por todo lo que has hecho, no hay nada que no pueda dar por volver a esos días, en los que tu más mínima atención me hacía grande sólo por el hecho de sonreír con verdaderas ganas.
A veces quiero llamarte, pero sé que no estarás ahí. A veces quiero esconderlo porque eres lo más extraño que me ha pasado en la vida.
A pesar de que sé que está tan fuera de contexto tratar de retroceder en el tiempo, y que intento olvidar que un día fuiste especial. A pesar de mis intentos por ser feliz sin que estés conmigo, después de haber estado viviendo un trocito de mi vida y yo otro de la tuya. A pesar de ocupar cada resquicio de mi mente cada segundo, de ganarme en mi lucha por olvidarte…
Siento molestarte con mis rayadas. Siento ser pesada cuando me aburro. Siento haber insistido en cosas que quizás no hubiera debido. Siento… si es lo que deseas, está bien: siento haberte conocido…

PD: Vale, no tenemos ninguna razón lo suficientemente válida como para seguir escribiendo nuestra historia en la propia historia, pero... ¿acaso no es suficiente lo que hemos sufrido?”

WOW.

domingo, 6 de marzo de 2011

Un café y un sobre en blanco. Capítulo 7. Vein-ti-sie-te.

Viernes soleado en la capital.
                -Buenos díaaaas –dice Jaco soplándole en la oreja.
                -¡Ay! –se queja ella.
                -¿Qué tal ha dormido, su majestad? –dice él mientras se carcajea.
Cayetana le da un puñetazo en el brazo.
                -Qué violenta… me gusta.
Ella sonríe.
No sonrías, no sonrías pedazo de inútil. Evítale, no le hables, piensa Caye mientras mete sus libros en la mochila.
                -Por fin viernes, ¿eh? –sigue él.
Pero no obtiene respuesta.
                -Sé que queda mucho día y que quizás luego te salgan otras ofertas pero… ¿te gustaría quedar?
                -¿Contigo? –dice ella sorprendida, rompiendo su voto.
                -No, con mi hermana, que quiere ir de compras… es evidente, ¿no?
                -Hmmmm… me parece bien…
Jaco sonríe.
                -¿A qué hora paso a recogerla? –dice Cayetana, con una sonrisa maliciosa.
Silencio.
-¿Pasa algo, Jaco? –añade con la misma sonrisa.
                -Chof… -es lo único que articula él.
Los dos ríen.
                -Está bien… tú dices hora y lugar y ya veremos lo que pasa.
Él se lleva la mano a la frente, acatando la orden de la chica que ya se ha girado hacia el pasillo C para su primera clase del día.
No volverá a verla hasta después del recreo, en clase de Biología.
                -Ey, tío. ¿Vienes?
                -Si… -contesta.
Jaco y Martín desaparecen por el pasillo B, cada uno a su clase.
Y así pasan las tres primeras horas del día. Entre el pasillo B y el C. Entre Inglés, Francés y Religión. Entre más de cuarenta compañeros a los que habla, saluda o toma el pelo.
Lo único malo de esa mañana, es que Caye no es ninguno de esos compañeros.

Por fin las doce y media. El recreo ha acabado y toca ir al laboratorio. Biología.
Corre a su taquilla, coge un paquete de post-its morados que compró ayer, su mochila y echa a correr por el pasillo D, el pasillo de las ciencias.
Llega a clase de los primeros, y de las primeras veces que lo hace. Y se va a la penúltima fila, en la silla 27, la que suele coger Caye.
                -¿Qué haces TÚ aquí?
                -Emmmm… me gusta este sitio.
                -Es mi sitio… desde principio de curso y lo sabes. No voy a discutir contigo sobre esto.
                -Entonces te dará igual que esté aquí sentado. ¿O es que acaso el 27 es un número tan importante, tan importante, que no puedes abandonarlo? –se mofa él -¿Empezaste a salir con tu novio esa fecha? ¿No será… de ese tal Marc? Porque para serte sincero, cuando me lo contaron no me lo creía. Además, me enseñaron una foto y yo soy más guapo que ese…
                -No… -responde ella, mientras se le debilita la voz. Aunque no sabe a cuál de todas aquellas balas recién lanzadas estaba respondiendo. Y siente cómo se le inundan los ojos.
Caye baja la cabeza y se sienta en la 28. Cuelga su mochila en su percha y saca sus cosas. No menciona palabra en el resto de la clase.
                -Uff… ahora Sociales –dice Jaco cuando les dejan recoger y marcharse.
Pero no obtiene respuesta alguna de su compañera.
Lalo lleva toda la hora observándoles. En especial por algo a Jaco, y en especial por otro algo a su mejor amiga.
Así que, después del recreo, decide acercarse a ella.
                -Ey, what’s up? –dice cordialmente a la chica.
                -¿Eh? Hmm nada… aburrida que estoy –dice ella mientras mete sus libros en la taquilla.
Pero Lalo no se queda contento.
                -Tú y yo, en el aula 8, ahora.
Y después de decir eso, se gira y abandona el pasillo A.

                -Está bien… qué quieres –dice Caye.
Lalo, que la esperaba apoyado en la pared le contesta:
                -Qué te pasa… no le has gritado, ni le has contestado como de costumbre. ¿Tanto te duele hablar de Marc? ¡¿Tanto?! –exclama.
                -Sssh.
                -Joder, Caye, ¡joder! Sigue tu vida. Olvídale, no sigas viviendo del pasado.
                -No me des lecciones, ¿vale? Todo esto es una mierda… y estoy harta. No puedo evitarlo y me jode, pero me jode aún más que me lo echen en cara, joder…
Y sin más palabras, Cayetana sale del aula y sube las escaleras en el mismo instante que un cuaderno se choca con una chica y cae al suelo.
                -Llegamos tarde –dice Jaco divertido -. Espero que esto no se convierta en costumbre… bueno, en realidad no, OJALÁ –recalca –lo haga.
Caye sigue sin hablarle, y Jaco entiende que pasa algo. Justo a dos metros de la clase de Matemáticas, Jaco, que lo ha ido pensando por el camino, agarra del brazo a Caye y corre hacia la puerta del final del pasillo. Allí hay unas escaleras de emergencia que comunican todas las plantas y por las que no suele pasar nadie.
                -¡Ey! ¿Qué haces? –dice ella, que se deshace de su mano y se dispone a correr hacia clase.
                -Tú y yo tenemos que hablar.
                -Yo no tengo nada que hablar contigo. Adiós.
                -No, no, no… siéntate ahí. Ya.
Ella no le hace caso y abre la puerta. Pero Jaco intenta impedirlo.
                -Que me dejes.
                -No. Por favor, Caye… hablemos. Si es por la clase nos inventaremos algo, diré que ha sido mi culpa o ya haremos algo, por favor.
Ahora es ella la que no puede resistirse. Pero no, ha dicho algo que no debería haber dicho y no va a perdonarle así por las buenas o se acostumbrará y no la dejará en paz nunca.
Se cruza de brazos mientras la puerta se cierra.
                -Gracias –dice él, con la voz más calmada -. Ven, siéntate aquí conmigo.
Ella acepta y se sienta al lado de Jaco, de espaldas a la ventana y con las rodillas en el pecho, que abraza con sus brazos.
                -Lo siento. Mucho –dice él -. Quizás me he pasado. Pero no sabía que te afectase tanto hablar de él, pero… si se supone que estás bien con ese tío por qué estás mal cuando hablas de él.
                -Porque pasó algo hace unas semanas, y no sé nada de él. Y no solo eso, si no, que me dijo muchas cosas que me dolieron y pues… prefiero no acordarme ni oír hablar de nada que tenga que ver con ese tío –imita-, Marc. Porque ya me torturo lo suficiente yo sola con sus recuerdos.
                -Vaya… ¿y puedo saber qué te dijo? –pregunta Jaco, ahora muy interesado.
                -No… no porque no quiera contártelo. No lo sabe nadie en realidad, pero simplemente porque no quiero recordar sus palabras, ¿vale?
                -Sin problema, no te preocupes… ¿necesitas algo?
                -Hmmm… saber por qué ahora eres así.
                -Oye, que yo también tengo sentimientos.
                -Aah, ¿si?
                -Sep, aparte de mis bromas y todo eso, también sé ponerme serio cuando toca.
                -Bueno, me alegra oír eso –dice Caye, que ahora se ha girado para mirarle. Mientras, con los ojos húmedos le sonríe.
Él sonríe también.
                -Quizás necesites algo…
                -Hmmm… que yo sepa no. Aunque gracias por haber hablado conmigo.
                -No tienes que darlas. Pero insisto en que necesites algo –insinúa él.
                -¿Me das un abrazo? –pregunta ella. Pero enseguida se arrepiente.
¿Eres tonta? ¡¿Qué haces?! Por qué habrás dicho eso… se dice a ella misma.
Pero él, sin parecer sorprendido, abre sus brazos y los pasa por los hombros de la chica.
Y allí, Caye todavía sentada con las rodillas en su pecho y sus brazos en el torso del chico, y Jaco de rodillas delante de ella con sus brazos rodeándola, pasan tres, cuatro, cinco minutos en silencio. Un silencio cómodo.
                -Gracias –dice ella, cuando reacciona.
Aquello es algo a lo que no puede acostumbrarse, y menos de Jaco.
                -Siempre que quieras –responde él, que se vuelve a sentar.
                -Vamos, tengo un plan –dice -. Y no pienso dejar que cargues con la culpa.
Y los dos, cómplices por un momento y agarrados de la mano, bajan las escaleras corriendo y sonrientes, dirigiéndose al baño de las chicas.