martes, 24 de mayo de 2011

Un café y un sobre en blanco. Capítulo 11. Sábado de camisa y polo.

Pasado el mediodía de Madrid…
Pantalón marrón claro, camiseta gris con encaje en el escote, trenca azul marino y botines militares grises. Ha quedado con Alo.
No sabe dónde van a ir, pero desde ayer sólo quiere estar con él, pensar en él y tener su pelo rubio entre sus dedos…
Y entre su nueva felicidad y sus instantáneos flashbacks del día anterior, aparece la imagen de Marc, ahí, inmóvil y acusadora. Recuerdos. Malos o buenos pero al fin y al cabo recuerdos.
Coge su BlackBerry y marca con agilidad, con furia. Uno, dos, tres pitidos…
                -¿Si?
                -¡Hola! –dice ella como con ansia.
Él, al otro lado, se extraña un poco, tarda en contestar.
                -Hola.
                -Oh, Dios, ¡lo siento! –dice ella cuando se da cuenta de por qué le ha llamado –Lo siento, lo siento. Nada, luego nos vemos.
                -Caye… ¡Caye! Dios, cálmate… ¿ha pasado algo?
                -No no… nada nada…
                -¿Seguro?
                -Si, tranquilo… luego te explico si eso. A las cuatro y media, ¿no?
                -Sí, en la parada de siempre –dice él.
Llevan viéndose en la parada donde se conocieron, (en el Starbucks nada más se vieron) desde hacía unos días. Los dos reían y se olvidaban de si había sido un mal día o uno bueno, si habían suspendido algún examen o si les habían echado de clase por hablar, procedimiento Caye conocía a la perfección.
                -Te quiero –dice él después del corto silencio que se ha formado entre ellos.
                -Y yo.
                -Hasta ahora.
                -No veo la hora de que llegue –dice ella risueña.
Él ríe al otro lado de la línea.
                -Adiós tonti.
                -Te quiero.
Y cuelga. La típica cursilada de pelearse por quién cuelga antes está muy vista.
Mierda. No ha llamado a Jaco ni le ha dicho nada.
Bueno, habrá hecho planes con éstos, de todas formas tenía partido, si salía estaría súper cansado así que…
Joder. Siempre pone excusas y justificaciones con él.
                -Pequeña, ¿vas a salir? –dice Vic, sobresaliendo por el marco de la puerta.
                -Sep. ¿Tu?
                -Si. Me van a presentar a una chica que por lo visto es muy maja…
                -Ya, sus tetas también lo serán, ¿no? –dice Caye.
                -Eso no lo sé, no he tenido el placer de hablar con ellas –se burla su hermano.
Ella le da una colleja. Y se ríen los dos, unidos, felices, aunque sea poco a poco, otra vez.
“I need you boo,
I gotta see you boo
and the hearts all over the world tonight,
said the hearts all over the world tonight”
                -¿Qué suena? –dice Vic, levantándose del suelo, donde esteba haciéndole cosquillas a su hermana.
                -Ni idea…
“Hey! Little mama, oh, you're a stunner.
Hot little figure. Yes, you're a winner and
I'm so glad to be yours, you're a class all your own and…”
                -¡Ah, mierda! Es mi móvil.
Caye había cambiado el tono del móvil ayer y no se acordaba.
                -¿Sí?
                -Tía, ¿te vienes?
                -¿Dónde, cuándo, con quién…?
                -A Joy, esta tarde, está claro. Y conmigo.
                -¿Solas?
                -Hmmmm… sí, a no ser que traigas a alguien…
                -Es que he quedado tía, lo siento.
                -Ah, vale. No problemo. Un besito.
                -¡Bye! –termina Caye. Y cuelga.
¡Será interesada la tía!
O sea, nunca la llaman para quedar y hoy, que seguro que se ha quedado sin planes y sola, la llama para salir. Y encima a Joy, para encontrarse a los amiguitos mayores de Jaco y Antonio. ¡Cuánta fe!
                -¿Quién era?
                -Irene…
                -Esa niña es una guarra. Sé que es tu amiga, pero no veas la chiquita…
                -No, si ya lo sé. Y muy amiga no será cuando sólo me llama los días que no la llaman a ella para salir por ahí.
                -El otro día entré en el Hi! y la vi zorreando con unos tíos de unos treinta años…
                -Qué asco.
                -No la cogí y le solté un guantazo porque los machotes me hubieran acorralado por echar a perder su próximo polvo…
                -¡Víctor! ¡No hables así que parece que has salido de una alcantarilla!
                -¿Una alcantarilla? –dice, poniendo cara rara.
                -Si, ¿vale? No se me ha ocurrido nada más sucio y más feo que eso.
                -Pues menuda parida has soltado, hermanita.
                -Forget me –dice, sonríe y sale de la habitación.
Él la mira mientras desaparece. Sonríe. Ahí va la nueva Cayetana Artibarre. Nueva y feliz. Por fin.
Mierda. Tendría que haberle dicho a su hermana que le ayudara con la ropa.
Bueno.
                -No será tan difícil, ¿no? –se dice él a sí mismo mientras abre las puertas del enorme armario.
Allí encuentra pantalones de todos los colores, polos, camisas, camisetas y jerseys. Pero en realidad no sabe cómo ponerse nada de eso, porque es su hermana la que le arregla la ropa y la que le suele organizar las cosas cada día que sale.
Mira una y otra vez toda aquella ropa que sabe que es suya pero que no sabe ni combinar ni casi descolgar. Parece todo tan cuidadosamente colocado que le da hasta miedo tocar algo.
                -Dios, cómo puede hacer esto mi hermana todos los días…
Y se sienta en la cama, donde nota algo raro. Algo que no parece la colcha.
Se levanta y se da la vuelta.
                -Cayetana. Te quiero –dice en alto.
Le ha dejado la ropa preparada. ¿Cómo sabía ella que iba a salir? Si le ha preguntado y todo…
Bueno, luego pensará alguna manera de agradecérselo. Son las cuatro y ha quedado a las cinco en Callao con Alexia, la chica esa de la que todos hablan tanto.
Pantalón blanco, camiseta rosa y camisa de rayas verdes y fucsias. Converse bajas verdes.
No lo entiende. Cuando miras toda esa ropa junta, parece estar como en una perfecta armonía. Y cuando él mira el armario abierto no ve nada de eso, y no entiende cómo se puede ser capaz de hacerlo.

Vaqueros, camiseta blanca y sudadera de Hollyster. Está harto de maldecirse.
Éstos le han llamado para ir a conocer a unas chicas o no se qué. Pero pasa de meterse en Callao y toda la movida. Va a salir a darse una vuelta. No sabe ni por dónde ni hacia dónde, pero va a salir a que le dé un poco el aire.

                -¡Ay, tonto! ¡No! ¡No hagas eso! –dice. Y se echa a reír.
                -Así que debajo de la barbilla y debajo del labio, ¿no?
                -Jo. Eres maaaaalo –se queja.
                -Te gusta, y lo sabes, mi amorrrrr –contesta Alo.
                -Me gustas tú –dice rotunda.
Y se besan otra vez, con una sonrisa en los labios, como llevan haciendo desde que se han visto en la parada.
Se han detenido. Se miran el uno al otro y sonríen. Alo se acerca a ella y hunde su nariz en su cuello. Huele bien, como a… vainilla.
                -Alo… -dice Caye, cuando han empezado a andar de nuevo.
                -¿Sí?
                -Hmmm… No, nada, nada…
                -Odio que hagas eso. Siempre me dejas a mediaas –replica, cual niño pequeño.
Ella se ríe. Baja la mirada y sonríe tímida.
                -Es que… No, jope, ¡nada!
Y él no insiste, al ver que la joven se ha sonrojado. Se ha puesto roja. Y eso es decir poco. ¿Qué será lo que iba a decirle?
                -Me… ¿me coges de la mano?
Ya está. Lo ha dicho.
Él se sorprende. Sonríe.
Ella se arrepiente de haberlo dicho. Mete las manos en los bolsillos de la trenca. Pero Alo enseguida cuela la suya en el bolsillo derecho de ella y la agarra fuerte.
Y siguen así, caminando unidos. Juntos. Sonrientes. A lo largo de la calle.

¿Por qué existe el amor? O, ¿acaso existirá?
¿Por qué narices está en la calle mirando hacia cualquier lado y, allí donde mire, hay alguna pareja sentada en un banco, o caminando animada, o besándose?
¿Por qué mientras ve eso no puede dejar de pensar en Cayetana?
Sigue caminando. No sabe en qué calle está, pero desde luego, no la conoce. Suena su móvil, una canción que le recuerda a ella. Eso también. Pero cuelga, no quiere que nadie le distraiga, no quiere hablar con nadie en estos momentos.
Camina cabizbajo y mirándose las Asics, y no ve que está a punto de chocar con alguien…

                -¡Ay!
                -Ay, perdona tío –dice el joven que acaba de chocar con él.
                -¿Estás bien? –dice Jaco, que ve cómo se frota los ojos.
                -Si. Si, lo siento mucho en serio.
                -Nada, no te preocupes tío…
                -Lo siento eh, hasta luego.
                -Adiós –dice mientras ve alejarse a ese extraño joven. Y seguidamente paga el saquito de castañas a la señora de las manos arrugadas y ennegrecidas.
Vuelve a mirar al chico, parecía como triste, despistado, piensa mientras se acerca a Caye.

Está tonto perdido. Casi tira al suelo a ese pobre chaval. Y encima tiene visiones raras. Ha creído verla, estaba más guapa que nunca: llevaba el pelo suelto y unos pantalones ajustados.
Se gira. Ya no es capaz de divisar ni al chico de las castañas, ni a la posible Caye.

¿Era Jaco el que ha chocado con Alonso?
Mejor no dice nada…
                -Toma cariño.
                -Gracias –dice sonriente ella.
Que se pone de puntillas para darle un beso en la mejilla al chico. A su chico.
Y siguen andando, mientras pelan las castañas. Queman, y la cáscara se clava entre las uñas y los dedos. Pero nada importa, porque están juntos.

Mejor va a sentarse a pensar, porque como siga andando van a detenerle por escándalo público o algo así. Se ha chocado con tres personas ya. Tiene que relajarse.
Cierra los ojos y sube la cabeza hacia el cielo. Nota un frío terrible en la punta de la nariz, y se ríe por notar algo tan simple en una zona específica del cuerpo. Lo que decía. Está tonto perdido.
                -¿Te he dicho lo guapo que vas hoy? –oye decir a una chica, no muy lejos de su posición. Pero sigue con los ojos cerrados.
                -Hmmmm… no. Pero no hace falta que lo digas, porque la increíble eres tú.
Intenta cantar, pensar en cualquier cosa y dejar de escuchar la felicidad de la gente.
                -Me encantas, en serio. Tus pantalones rosas, tu camiseta azul, tu cárdigan blanco… ¡es que eres perfecto!
Pantalones rosas, camiseta azul marino, cárdigan blanco… ¿de qué le suena eso? ¡El chico de las castañas!
Abre los ojos y ve que la pareja ya ha pasado delante de él, y no puede verles la cara, pero la ropa de ella también le suena de algo.
Van de la mano, picándose, besándose con picardía, con gracia, con verdaderas ganas. Compartiendo su tarde de sábado. Felices…

¿Era Jaco el que estaba sentado con los ojos cerrados hacia el cielo…?


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