sábado, 22 de enero de 2011

Un café y un sobre en blanco. Capítulo 3. Meñiques enlazados.

Principios de Enero en un pueblo cercano a la capital. Las tres de la tarde de un fin de semana.             
            -¡Mamá! ¿Has visto mi libro?, ¿el de Orgullo y prejuicio?
            -¿Cuál de ellos?
            -Mierda, es verdad. ¡Vale, nada, déjalo!
Cayetana acaba de caer en que tiene 6 libros de su novela favorita. Cada uno de ediciones distintas, y afortunadamente, sabe de memoria el texto de la página por la que iba. Así que solo tendría que buscarlo por el capítulo quince… ¿Dónde habrá metido el libro?
            -Cariño, ¿qué te pasa?
            -Nada, Vic…
Víctor lleva un tiempo observando a su hermana. Ella, que tiene pasión con él, y que sabe que no le gusta verla mal, ha preferido no contarle nada de lo de Marc. Pero ahora que casi no puede ocultarlo, se arrepiente totalmente.     
            -No me mientas. Estás rara…
            -He perdido mi libro.
            -¿Orgullo y prejuicio? –ríe sonoramente -¿cuál de ellos?
Y arrastra a su hermana a una risa contagiosa que se parece bastante a la de él.
            -La edición que más me gustaba… -dice, exagerando su cara de pena.
            -Oh, pobre… -dice, mientras coge a su hermana de la cintura y la sienta encima suyo  –ven aquí.
Víctor la abraza por detrás, protector, cariñoso. No siempre ha sido así su relación, antes se mataban vivos. Ahora, afortunadamente los dos, han madurado bastante.
            -Tengo… tengo que contarte… -Cayetana no está segura de abrir esa brecha otra vez, pero va a hacerlo –tengo que contarte algo.
Vic abre los ojos y espera a que su hermana termine la frase completa. O más bien espera que le especifique sobre qué tiene que hablarle.
            -Marc –dice él.
Su hermana asiente con la cabeza y el chico emite una especie de gruñido que hace que Caye dé un salto de su propio regazo. Deciden sentarse en el sofá de la habitación de éste.
            -¿Te ha dicho algo que…?
            -Que… ¿qué? De todas maneras no.
            -¿Entonces…? –interrumpe –si no te ha dicho nada…
            -Ahí está la cosa… que hace mucho que no hablo con él.
            -Y… estás preocupada, ¿no?
            -Me dijo que no quería saber nada más de mi, así que más que preocupación…
Víctor cree no haber oído bien lo que su hermana le ha dicho. Abre mucho los ojos y la boca sin darse cuenta. Coge las manos de su hermana y esta, después de unas semanas habiendo conseguido no llorar se desploma sobre su hombro. Él la abraza sorprendido aún. Siente desmontarse a su hermana delante de sus propias narices y cuando reacciona de la noticia, le da por pensar que si le tuviera delante tendría con él más que unas cuantas palabras.
            -Lo sabía… si es que lo sabía… -refunfuña él en voz baja.
            -Le… -dice Cayetana –le… le echo de… de menos –consigue terminar mientras su respiración comienza a agitarse.
            -Dios, Cayetana Arterribe, prometiste. ME –recalca –prometiste no hacerte daño con este asunto. Que pasara lo que pasara y pese a luchar por él, no te harías daño…
            -No me hago daño… solo… -no encuentra las palabras adecuadas –solo le echo de menos. Además, de no dejar de pensar en todo lo que pude hacer mal para que aquello pasara…
            -Tú no hiciste nada. Él era un niñato y siento que tenga que decírtelo así.
            -Mentí. Mentí por miedo a perderle. Pero él siempre era tan perfecto y tan…
            -Tan perfecto y tan, tan, como para que fuera todo real.
Cayetana lo sabe, pero no quiere pensarlo de esa manera. Ella tiene la culpa de todo aquello y no va a permitir que su hermano le eche la culpa al que había sido su amigo especial.
Da la conversación por terminada. Su hermano la abraza una vez se han levantado y le dice:
            -¿Y esto desde cuando?
            -Finales de noviembre.
Víctor cuenta con los dedos los días que han pasado.
            -¿Tres semanas? ¡Y no me has contado hasta ahora!
            -Ya… es que…
            -No pasa nada, comprendo que sea duro para ti hablar sobre esto. ¿Sabes? Hace unos meses me pasó algo parecido, ¿lo recuerdas? –dice el chico, mientras ve cómo su hermana asiente con la cabeza –y te lo conté porque no sabía cómo decírselo a mis amigos, por ejemplo.
            -Ya, pero Lalo…
            -Ya, ya sé que Lalo es tu mejor amigo y que os tenéis confianza ciega y todo eso, pero por miedo o por vergüenza, y aunque no pasa nada, deberías habérmelo contado… ¿Cuánto tiempo llevas aguantando las lágrimas?
Cayetana baja la cabeza y evita su mirada.
            -Lo imaginaba –el chico hace una pausa -. Mira, ya sé que eres una persona fuerte y todo eso… pero no hay nada mejor que desahogarse a tiempo. Y espero, que con el tiempo sepas que no pasa nada por llorar. Aunque él no se merezca ni una sola lágrima tuya. Pero de alguna manera hay que sacarse eso de hay dentro –dice mientras señala el pecho de la chica -,¿comprendes?
Ella no puede emitir una sola palabra. Se ha quedado en blanco. Solo asiente una vez más y abraza a su hermano tan fuerte que casi se caen. Vic se lo devuelve.
            -Te quiero –consigue decir, siendo abrazada de nuevo por su hermano.
            -Y yo también, Caye, y yo también… pero quiero... necesito –corrige –que me prometas, y que esta vez lo cumplas –dice un poco más alto para recalcarlo –que cuides de ti, y de todo lo que tienes hay dentro. Que es mucho –dice señalando el lado izquierdo de su pecho -. ¿Prometido?
            -Prometido –concluye ella, y enlaza su dedo meñique complementando su respuesta.
            -Bueno, y ahora,  vas a coger uno de tus libros de O y P…
            -¿O y P? –interrumpe ella, confundida.
            -Abreviaciones, cielo, pruébalo –le dice su hermano guiñándole un ojo -. Bueno eso, lo coges, te vienes aquí a mi cama y lees en alto, te olvidas de todo y te concentras en la historia mientras lees para mí.
            -Okaaaa –dice ella, mientras sale corriendo de la habitación de paredes grises.