domingo, 27 de marzo de 2011

Un café y un sobre en blanco. Capítulo 8. ¿Acaso no es suficiente lo que hemos sufrido?

Viernes en la capital Sol, sol y más sol.
            -Hola chicooos -dice Mario cuando entra en clase.
            -Helloo.
            -¿Os hace un Starbucks esta tarde?
            -Ni lo preguntes.
Estrechan las manos y se sientan en sus sitios.

            -Bueno señores, vamos a empezar la clase que ya va siendo hora... -dice Alejandro, el profesor de filosofía.
Alexia se acerca a Alonso y empieza a preguntar.
            -¿Por qué será que hoy estás más contento que últimamente?
            -Mmmm... por nada -apremia él. Y sonríe.
            -Ya, ya...desembucha -dice, alzando un poco la voz.
            -Bueno, te lo contaré... pero solo porque eres mi mejor amiga, y -dice antes de terminar y dándole importancia -, porque confío en que no se lo digas a nadie.
Alexia se lleva la mano a los labios, simbolizando que los cierra con cremallera.
            -Bien, bueno... pues hace como unas cuatro semanas una chica en el Starbucks de siempre, se me quedó mirando y la sonreí...
            -Menuda loca -interrumpe ella.
            -Sssh. Bueno, no había podido dejar de pensar en ella y en cómo podría volver a verla. Pero no me hizo falta ningún plan porque el otro día, cuando cogí el bus, te acuerdas ¿verdad? Pues resulta que me crucé con ella y nos presentamos y tal y me di cuenta de que era ella y tal.
Alexia aplaude intentado alegrarse, pero nada más lejos de la realidad, sólo lo finge.
            -Y bueno, pues eso... tiene mi móvil y si algún día se decide a llamar, quedaremos...
            -Hmmm... -dice, y sonríe. Sólo por que su mejor amigo no piense que no alegra por él.
Alexia lleva colgadísima de Alonso desde hace dos años y nunca ha querido decírselo porque no quiere perderle. Y nunca había corrido peligro, pero ahora la chica esa de la que hablaba su amigo se había convertido en su enemiga.
            -Esta tarde vienes, ¿no? –dice él.
            -Claro, no me perdería una tarde contigo por nada del mundo –y por una vez en mucho tiempo siente como si esas palabras fueran las más reales que hubiera dicho nunca.
            -Además, hoy hay que ir a coger los flyers.
Ella asiente y se gira hacia el profesor, que les ha pillado hablando.
            -A la siguiente, salen ustedes de clase.
Y se siente orgulloso sabiendo que los alumnos le tienen tanto respeto. Tiene poder sobre ellos y, ya que él no puede controlar su vida, controla la de ellos.
No quiere que nadie sepa lo mísera que es su vida. Su mujer le ha dejado por el fontanero que era amigo de la familia. Y dice era, porque para él ya no es más que el cabrón que se ha llevado a su mujer y a sus hijos.
            -Bien, para el lunes, del catorce al treinta y dos, sin saltarse ninguno. Los revisaré uno a uno.
Todos los alumnos abren los ojos de par en par. Pero ¿este tío esta loco?, ¿de qué va?
Y salen todos uno a uno con las cabezas gachas, e indignados por la actitud del docente.
            -Será gilipollas… -replica Alonso por lo bajo, mientras su móvil vibra dos veces, indicando la entrada de un nuevo mensaje.
“A las 8 y media, en la plaza del Hard Rock. Cenilla y paseo… te parece?”
Sus ojos se iluminan. Es ella. Cayetana quiere cenar con él. Ya le da igual que sean treinta ejercicios, como si son ochenta… Cayetana quiere quedar y eso le alegrará todo lo que tenga que ver con el fin de semana que se presenta bien, ¿no?

Será una buena oportunidad para preguntarle por la carta…
¡La carta! Se le ha dejado en la cajonera.
Alonso se da la vuelta y corre como si su vida se fuera en ese papel escrito a mano. Pero el aula está cerrada y el profesor está dentro. Tiene un papel en la mano y lo lee con sumo interés.

-No puede ser… -se dice a sí mismo Alonso. ¡Es la carta!
El joven aporrea la puerta pidiendo que le abra. Alejandro se acerca y mete la llave en la cerradura.
Abre.

            -¿Qué problema tiene, señor?
            -Pues que me he dejado un papel en mi cajonera… ese que usted está leyendo.
            -Ah, ¿me está usted reprochando algo?
            -No, no… solo me gustaría que me lo devolviera.
Alejandro se lo piensa. Podría chantajearle.
Pero finalmente le entrega el papel.
            -Una carta muy interesante…
Alonso no responde. ¿De qué va? ¿Le está vacilando?
            -Gracias. Adiós –dice él. Y se va de nuevo hacia su taquilla.

Por fin a salvo. Abre el papel para comprobar que el texto está intacto. Un texto que lee de nuevo.
“Hola Marc. Sólo quería decirte que…  aunque me duela aceptarlo después de tres semanas, te echo de menos. Más que nunca.
No sé ni siquiera cómo empezar, tampoco sé si esto servirá para algo o simplemente debería dejar las cosas como están.
Si  algo he aprendido en mis dieciséis años de vida, es que si no arriesgas no ganas y supongo que es lo que estoy haciendo justamente ahora, y lo que he hecho siempre contigo, quemar mi último cartucho y lanzarme cuesta abajo hacia lo que venga.
Tengo la sensación de que no te conozco.
El chico con el que tantas cosas he compartido, tantas sonrisas, tantos momentos. Tantos secretos, tantos chistes malos. Tantas noches a escondidas, con el portátil encendido sólo para ti, riéndonos de cosas banales que sólo entendíamos nosotros. Tantas canciones, tantos chistes malos. Tantas apuestas, todos esos piques sin importancia, y sus correspondientes reconciliaciones…
Tu, por quién venía corriendo del colegio para contarte cualquier cosa que consiguiera hacer que el tiempo volara. Quién hacía que se dibujara en mi rostro una nueva sonrisa, distinta, nueva e impredecible.
Duele pensar que ya no estás. Que has desaparecido. Que has dado paso a alguien con el que siento no tener ese vínculo que según tú nos unía. Y que yo creía tan asombrosamente fuerte. 
A veces me ahoga esta impotencia del teclado, me absorbe este vacío de no poder tocarte. A veces pienso si de verdad todo esto merece la pena, si toda esta lucha acabará haciendo verdadero daño. Lloro las noches que me gustaría que estuvieses por aquí, lloro los días que me levanto sin tu “¿Cómo ha dormido lo más bonito de Madrid?” en mi bandeja de entrada.
Tenía la seguridad de que iba a cobrar todos los intereses que había pagado por haberte conocido, pero sólo me ha llegado la factura de ese impuesto revolucionario al que llaman dolor tonto.
Me dicen que no me mereces y no les creo. Me dicen que no volverás jamás y no quiero creerles. Me dicen que esto que sentía no era amor, ni llegaba a cariño, pero entonces ¿por qué me duele tanto? Me atosigan para que rehaga mi vida, para que borre cada segundo contigo, pero he perdido el tippex. Me dicen que todo esto solo ha sido un juego y sabemos que no es verdad… ¿no?
Me gustaría decirte que lo estoy haciendo bien sin ti, que no te echo de menos.
Pero ambos sabemos  que es mentira, y no creo que sea el momento de empezar ahora.
Sé que las circunstancias que nos rodean no son las adecuadas, por eso me conformo con tu amistad. No espero nada más, aunque me duela tener que admitirlo.
En ningún momento creí que el amor como tal existiera para mí. Creía que para mí era demasiado pronto. Creía que en su defecto estaban todas esas palabras de afecto.
Créeme cuando te digo que no pretendía cogerte ese cariño especial del que tantas veces hemos hablado. Tan sólo quería encontrar a alguien con quién compartir mis inquietudes,  mis más ansiados anhelos. Y aunque en realidad aquel día no buscaba nada, simplemente alguien con quien hablar un rato, apareciste tú ahí en medio de la pantalla.
Y como por cosa del destino, sin pretenderlo me fuiste ganando poco a poco.
A pesar de que no creía que para nosotros existiera una final y de que tus palabras me dolieron. Que no sé cómo tenían esa fuerza, ni porqué me decías todo eso. Y que querría encontrar la respuesta a todos los por qués que me asaltan cada noche acompañados de lágrimas. Me gustaría darte las gracias por todo lo que has hecho, no hay nada que no pueda dar por volver a esos días, en los que tu más mínima atención me hacía grande sólo por el hecho de sonreír con verdaderas ganas.
A veces quiero llamarte, pero sé que no estarás ahí. A veces quiero esconderlo porque eres lo más extraño que me ha pasado en la vida.
A pesar de que sé que está tan fuera de contexto tratar de retroceder en el tiempo, y que intento olvidar que un día fuiste especial. A pesar de mis intentos por ser feliz sin que estés conmigo, después de haber estado viviendo un trocito de mi vida y yo otro de la tuya. A pesar de ocupar cada resquicio de mi mente cada segundo, de ganarme en mi lucha por olvidarte…
Siento molestarte con mis rayadas. Siento ser pesada cuando me aburro. Siento haber insistido en cosas que quizás no hubiera debido. Siento… si es lo que deseas, está bien: siento haberte conocido…

PD: Vale, no tenemos ninguna razón lo suficientemente válida como para seguir escribiendo nuestra historia en la propia historia, pero... ¿acaso no es suficiente lo que hemos sufrido?”

WOW.

domingo, 6 de marzo de 2011

Un café y un sobre en blanco. Capítulo 7. Vein-ti-sie-te.

Viernes soleado en la capital.
                -Buenos díaaaas –dice Jaco soplándole en la oreja.
                -¡Ay! –se queja ella.
                -¿Qué tal ha dormido, su majestad? –dice él mientras se carcajea.
Cayetana le da un puñetazo en el brazo.
                -Qué violenta… me gusta.
Ella sonríe.
No sonrías, no sonrías pedazo de inútil. Evítale, no le hables, piensa Caye mientras mete sus libros en la mochila.
                -Por fin viernes, ¿eh? –sigue él.
Pero no obtiene respuesta.
                -Sé que queda mucho día y que quizás luego te salgan otras ofertas pero… ¿te gustaría quedar?
                -¿Contigo? –dice ella sorprendida, rompiendo su voto.
                -No, con mi hermana, que quiere ir de compras… es evidente, ¿no?
                -Hmmmm… me parece bien…
Jaco sonríe.
                -¿A qué hora paso a recogerla? –dice Cayetana, con una sonrisa maliciosa.
Silencio.
-¿Pasa algo, Jaco? –añade con la misma sonrisa.
                -Chof… -es lo único que articula él.
Los dos ríen.
                -Está bien… tú dices hora y lugar y ya veremos lo que pasa.
Él se lleva la mano a la frente, acatando la orden de la chica que ya se ha girado hacia el pasillo C para su primera clase del día.
No volverá a verla hasta después del recreo, en clase de Biología.
                -Ey, tío. ¿Vienes?
                -Si… -contesta.
Jaco y Martín desaparecen por el pasillo B, cada uno a su clase.
Y así pasan las tres primeras horas del día. Entre el pasillo B y el C. Entre Inglés, Francés y Religión. Entre más de cuarenta compañeros a los que habla, saluda o toma el pelo.
Lo único malo de esa mañana, es que Caye no es ninguno de esos compañeros.

Por fin las doce y media. El recreo ha acabado y toca ir al laboratorio. Biología.
Corre a su taquilla, coge un paquete de post-its morados que compró ayer, su mochila y echa a correr por el pasillo D, el pasillo de las ciencias.
Llega a clase de los primeros, y de las primeras veces que lo hace. Y se va a la penúltima fila, en la silla 27, la que suele coger Caye.
                -¿Qué haces TÚ aquí?
                -Emmmm… me gusta este sitio.
                -Es mi sitio… desde principio de curso y lo sabes. No voy a discutir contigo sobre esto.
                -Entonces te dará igual que esté aquí sentado. ¿O es que acaso el 27 es un número tan importante, tan importante, que no puedes abandonarlo? –se mofa él -¿Empezaste a salir con tu novio esa fecha? ¿No será… de ese tal Marc? Porque para serte sincero, cuando me lo contaron no me lo creía. Además, me enseñaron una foto y yo soy más guapo que ese…
                -No… -responde ella, mientras se le debilita la voz. Aunque no sabe a cuál de todas aquellas balas recién lanzadas estaba respondiendo. Y siente cómo se le inundan los ojos.
Caye baja la cabeza y se sienta en la 28. Cuelga su mochila en su percha y saca sus cosas. No menciona palabra en el resto de la clase.
                -Uff… ahora Sociales –dice Jaco cuando les dejan recoger y marcharse.
Pero no obtiene respuesta alguna de su compañera.
Lalo lleva toda la hora observándoles. En especial por algo a Jaco, y en especial por otro algo a su mejor amiga.
Así que, después del recreo, decide acercarse a ella.
                -Ey, what’s up? –dice cordialmente a la chica.
                -¿Eh? Hmm nada… aburrida que estoy –dice ella mientras mete sus libros en la taquilla.
Pero Lalo no se queda contento.
                -Tú y yo, en el aula 8, ahora.
Y después de decir eso, se gira y abandona el pasillo A.

                -Está bien… qué quieres –dice Caye.
Lalo, que la esperaba apoyado en la pared le contesta:
                -Qué te pasa… no le has gritado, ni le has contestado como de costumbre. ¿Tanto te duele hablar de Marc? ¡¿Tanto?! –exclama.
                -Sssh.
                -Joder, Caye, ¡joder! Sigue tu vida. Olvídale, no sigas viviendo del pasado.
                -No me des lecciones, ¿vale? Todo esto es una mierda… y estoy harta. No puedo evitarlo y me jode, pero me jode aún más que me lo echen en cara, joder…
Y sin más palabras, Cayetana sale del aula y sube las escaleras en el mismo instante que un cuaderno se choca con una chica y cae al suelo.
                -Llegamos tarde –dice Jaco divertido -. Espero que esto no se convierta en costumbre… bueno, en realidad no, OJALÁ –recalca –lo haga.
Caye sigue sin hablarle, y Jaco entiende que pasa algo. Justo a dos metros de la clase de Matemáticas, Jaco, que lo ha ido pensando por el camino, agarra del brazo a Caye y corre hacia la puerta del final del pasillo. Allí hay unas escaleras de emergencia que comunican todas las plantas y por las que no suele pasar nadie.
                -¡Ey! ¿Qué haces? –dice ella, que se deshace de su mano y se dispone a correr hacia clase.
                -Tú y yo tenemos que hablar.
                -Yo no tengo nada que hablar contigo. Adiós.
                -No, no, no… siéntate ahí. Ya.
Ella no le hace caso y abre la puerta. Pero Jaco intenta impedirlo.
                -Que me dejes.
                -No. Por favor, Caye… hablemos. Si es por la clase nos inventaremos algo, diré que ha sido mi culpa o ya haremos algo, por favor.
Ahora es ella la que no puede resistirse. Pero no, ha dicho algo que no debería haber dicho y no va a perdonarle así por las buenas o se acostumbrará y no la dejará en paz nunca.
Se cruza de brazos mientras la puerta se cierra.
                -Gracias –dice él, con la voz más calmada -. Ven, siéntate aquí conmigo.
Ella acepta y se sienta al lado de Jaco, de espaldas a la ventana y con las rodillas en el pecho, que abraza con sus brazos.
                -Lo siento. Mucho –dice él -. Quizás me he pasado. Pero no sabía que te afectase tanto hablar de él, pero… si se supone que estás bien con ese tío por qué estás mal cuando hablas de él.
                -Porque pasó algo hace unas semanas, y no sé nada de él. Y no solo eso, si no, que me dijo muchas cosas que me dolieron y pues… prefiero no acordarme ni oír hablar de nada que tenga que ver con ese tío –imita-, Marc. Porque ya me torturo lo suficiente yo sola con sus recuerdos.
                -Vaya… ¿y puedo saber qué te dijo? –pregunta Jaco, ahora muy interesado.
                -No… no porque no quiera contártelo. No lo sabe nadie en realidad, pero simplemente porque no quiero recordar sus palabras, ¿vale?
                -Sin problema, no te preocupes… ¿necesitas algo?
                -Hmmm… saber por qué ahora eres así.
                -Oye, que yo también tengo sentimientos.
                -Aah, ¿si?
                -Sep, aparte de mis bromas y todo eso, también sé ponerme serio cuando toca.
                -Bueno, me alegra oír eso –dice Caye, que ahora se ha girado para mirarle. Mientras, con los ojos húmedos le sonríe.
Él sonríe también.
                -Quizás necesites algo…
                -Hmmm… que yo sepa no. Aunque gracias por haber hablado conmigo.
                -No tienes que darlas. Pero insisto en que necesites algo –insinúa él.
                -¿Me das un abrazo? –pregunta ella. Pero enseguida se arrepiente.
¿Eres tonta? ¡¿Qué haces?! Por qué habrás dicho eso… se dice a ella misma.
Pero él, sin parecer sorprendido, abre sus brazos y los pasa por los hombros de la chica.
Y allí, Caye todavía sentada con las rodillas en su pecho y sus brazos en el torso del chico, y Jaco de rodillas delante de ella con sus brazos rodeándola, pasan tres, cuatro, cinco minutos en silencio. Un silencio cómodo.
                -Gracias –dice ella, cuando reacciona.
Aquello es algo a lo que no puede acostumbrarse, y menos de Jaco.
                -Siempre que quieras –responde él, que se vuelve a sentar.
                -Vamos, tengo un plan –dice -. Y no pienso dejar que cargues con la culpa.
Y los dos, cómplices por un momento y agarrados de la mano, bajan las escaleras corriendo y sonrientes, dirigiéndose al baño de las chicas.


sábado, 5 de marzo de 2011

Un café y un sobre en blanco. Capítulo 6. Sólo quería decirte que...

Principios de Enero. Finales de la semana. Noche compartida en una casa en la capital
Habitación amarilla. Él. Él y ese sobre.
Está sentado en su cama desde hace una hora. Ha cogido un RedBull y ha puesto el sobre a medio metro de su posición en el colchón. ¿Lo abre?
Se acabó. Rasga con sumo cuidado el sobre, como si se tratase de humo, como si, solo por el contacto de sus dedos se fuera a deshacer su contenido.
Una carta.
                -Hola Marc… -dice en alto.
¿Sigue?
Vamos allá…
“Hola, Marc. Sólo quería decirte que… aunque me duela aceptarlo después de tres semanas, te echo de menos. Más que nunca.
[…]“.
                -Guau –consigue decir cuando acaba.
Y a la vez piensa: ¿cómo puede sentir algo tan profundo alguien por una persona que está en la otra punta del país?
¿Es ella la dueña de esa carta? ¿Es ella la que ha escrito semejantes sentimientos? ¿Es ella la persona que es capaz de describir lo que siente de veinte formas distintas sin repetirse ni una vez en esa carta tan… alucinante?
Guau doble. Triple, ya sabe cómo se llama y dónde vive.
En fin… será mejor que se acueste, mañana por fin es viernes ya. ¿Y si…?
No. Será mejor que se quite esa idea de la cabeza.
Apaga la luz y se tumba boca arriba.
Las once. Las doce. La una.
                -Hola… -susurra alguien desde la puerta que acaba de abrir -¿estás despierto todavía?
                -Sí… no puedo dormir.
                -Normal, te has bebido la basura esa antes de acostarte y todavía pretendes caer en un sueño profundo nada más te tumbes –dice señalando la lata de la mesilla de noche.
                -Pues claro… -dice, mientras ambos ríen.
Pero el ya no sonríe. Se queda embobado mirando a la nada.
                -Chicas… -dice ella.
                -¿Qué?
                -Venga, Alonso… que yo te cuento todo, ¿qué ocurre? ¿Con quién estás saliendo ahora que te quita hasta el sueño?
                -Bueno… te lo contaré –respira hondo y prosigue -. Hace unas tres semanas una chica se me quedó mirando en el Starbucks donde voy con Mario y estos. Y era súper guapa, altísima y simpática…
                -¿Cómo sabes que es simpática? –interrumpe ella.
                -Si me dejas acabar…
Y Rocío hace como que se cierra los labios con cremallera y tira una llave a la nada.
                -Bien. Pues durante estas tres semanas, no sé por qué, no he podido dejar de pensar en ella y en si volvería a verla algún día, de hecho todos los viernes hasta hoy he ido al Starbucks con más ganas que nunca por si ella volvía. Y hoy, gracias a que papá me había dicho que fuera a su despacho en el autobús más rápido que pudiera, he coincidido con ella.
Su hermana abre la boca y se pone a aplaudir.
                -Qué final más bonito.
                -No he acabado, Rocío…
                -Ah, bueno, bueno, entonces ssh.
                -Pero… si eres tú la que ha hablado a destiempo –dice, pero se da cuenta de que su hermana está pasando de él -. Bueno, pues se le ha caído la carpeta con un montón de folios y de cosas escritas a mano, que por cierto, tiene una letra preciosa. Y creo que esto es suyo –dice, mientras saca el sobre de debajo de su almohada -. Estaba enganchado en la pata de un asiento. Es una carta alucinante.
                -¿Has leído una cosa que no es tuya? –dice Rocío simulando indignación –Déjame leerla –dice con los ojos brillantes.
                -No.
                -Por fi, por fi, por fi… -ruego ella.
                -Bueno. Vale. Pero sólo para que veas que no exagero cuando digo que si esta chica se lo propusiera, sería más famosa que el mismísimo Shakespeare… Ella y sus delirios sentimentales.
                -Bueno, bueno. A ver si es tan buena como dices.
Y comienza a leer la carta, devorándola con la mirada, deseando que aquellas palabras no acaben nunca. Ojalá alguien le escribiera algo así a ella. Ojalá ella fuera capaz de escribir aquello.
                -Bueno, me voy. Ojalá consigas que esa chica…
                -Cayetana.
                -Ojalá que Cayetana, por muy bonita que sea la carta a ese tal Marc, se dé cuenta de que aquí en Madrid tiene a chicos tan buenos o más… -dice levantándose de la cama de su hermano –Bueno, ojalá que se dé cuenta de que tú eres igual o mejor que ese chico, que al parecer le ha hecho mucho daño…
                -Rocío… No sabemos si esa carta es suya.
                -Bueno, igualmente, esa carta es increíble. Y esa chica tiene que ser tuya. Si hace falta yo te voy a ayudar, hermanito. Buenas noches.
Y abandona la habitación dándole un beso en la frente, y dejando rastro de su nueva colonia de Ralph Lauren por todo el cuarto.
                               -Buenas noches –dice él, tumbándose y cerrando los ojos.
Curiosamente, tan rápido como Rocío se mete en su cama, aunque no sea para dormir, Alonso cae en el sueño que no ha conseguido hasta descargarse de algunos de sus pensamientos.
Gracias, Rocío.