domingo, 6 de marzo de 2011

Un café y un sobre en blanco. Capítulo 7. Vein-ti-sie-te.

Viernes soleado en la capital.
                -Buenos díaaaas –dice Jaco soplándole en la oreja.
                -¡Ay! –se queja ella.
                -¿Qué tal ha dormido, su majestad? –dice él mientras se carcajea.
Cayetana le da un puñetazo en el brazo.
                -Qué violenta… me gusta.
Ella sonríe.
No sonrías, no sonrías pedazo de inútil. Evítale, no le hables, piensa Caye mientras mete sus libros en la mochila.
                -Por fin viernes, ¿eh? –sigue él.
Pero no obtiene respuesta.
                -Sé que queda mucho día y que quizás luego te salgan otras ofertas pero… ¿te gustaría quedar?
                -¿Contigo? –dice ella sorprendida, rompiendo su voto.
                -No, con mi hermana, que quiere ir de compras… es evidente, ¿no?
                -Hmmmm… me parece bien…
Jaco sonríe.
                -¿A qué hora paso a recogerla? –dice Cayetana, con una sonrisa maliciosa.
Silencio.
-¿Pasa algo, Jaco? –añade con la misma sonrisa.
                -Chof… -es lo único que articula él.
Los dos ríen.
                -Está bien… tú dices hora y lugar y ya veremos lo que pasa.
Él se lleva la mano a la frente, acatando la orden de la chica que ya se ha girado hacia el pasillo C para su primera clase del día.
No volverá a verla hasta después del recreo, en clase de Biología.
                -Ey, tío. ¿Vienes?
                -Si… -contesta.
Jaco y Martín desaparecen por el pasillo B, cada uno a su clase.
Y así pasan las tres primeras horas del día. Entre el pasillo B y el C. Entre Inglés, Francés y Religión. Entre más de cuarenta compañeros a los que habla, saluda o toma el pelo.
Lo único malo de esa mañana, es que Caye no es ninguno de esos compañeros.

Por fin las doce y media. El recreo ha acabado y toca ir al laboratorio. Biología.
Corre a su taquilla, coge un paquete de post-its morados que compró ayer, su mochila y echa a correr por el pasillo D, el pasillo de las ciencias.
Llega a clase de los primeros, y de las primeras veces que lo hace. Y se va a la penúltima fila, en la silla 27, la que suele coger Caye.
                -¿Qué haces TÚ aquí?
                -Emmmm… me gusta este sitio.
                -Es mi sitio… desde principio de curso y lo sabes. No voy a discutir contigo sobre esto.
                -Entonces te dará igual que esté aquí sentado. ¿O es que acaso el 27 es un número tan importante, tan importante, que no puedes abandonarlo? –se mofa él -¿Empezaste a salir con tu novio esa fecha? ¿No será… de ese tal Marc? Porque para serte sincero, cuando me lo contaron no me lo creía. Además, me enseñaron una foto y yo soy más guapo que ese…
                -No… -responde ella, mientras se le debilita la voz. Aunque no sabe a cuál de todas aquellas balas recién lanzadas estaba respondiendo. Y siente cómo se le inundan los ojos.
Caye baja la cabeza y se sienta en la 28. Cuelga su mochila en su percha y saca sus cosas. No menciona palabra en el resto de la clase.
                -Uff… ahora Sociales –dice Jaco cuando les dejan recoger y marcharse.
Pero no obtiene respuesta alguna de su compañera.
Lalo lleva toda la hora observándoles. En especial por algo a Jaco, y en especial por otro algo a su mejor amiga.
Así que, después del recreo, decide acercarse a ella.
                -Ey, what’s up? –dice cordialmente a la chica.
                -¿Eh? Hmm nada… aburrida que estoy –dice ella mientras mete sus libros en la taquilla.
Pero Lalo no se queda contento.
                -Tú y yo, en el aula 8, ahora.
Y después de decir eso, se gira y abandona el pasillo A.

                -Está bien… qué quieres –dice Caye.
Lalo, que la esperaba apoyado en la pared le contesta:
                -Qué te pasa… no le has gritado, ni le has contestado como de costumbre. ¿Tanto te duele hablar de Marc? ¡¿Tanto?! –exclama.
                -Sssh.
                -Joder, Caye, ¡joder! Sigue tu vida. Olvídale, no sigas viviendo del pasado.
                -No me des lecciones, ¿vale? Todo esto es una mierda… y estoy harta. No puedo evitarlo y me jode, pero me jode aún más que me lo echen en cara, joder…
Y sin más palabras, Cayetana sale del aula y sube las escaleras en el mismo instante que un cuaderno se choca con una chica y cae al suelo.
                -Llegamos tarde –dice Jaco divertido -. Espero que esto no se convierta en costumbre… bueno, en realidad no, OJALÁ –recalca –lo haga.
Caye sigue sin hablarle, y Jaco entiende que pasa algo. Justo a dos metros de la clase de Matemáticas, Jaco, que lo ha ido pensando por el camino, agarra del brazo a Caye y corre hacia la puerta del final del pasillo. Allí hay unas escaleras de emergencia que comunican todas las plantas y por las que no suele pasar nadie.
                -¡Ey! ¿Qué haces? –dice ella, que se deshace de su mano y se dispone a correr hacia clase.
                -Tú y yo tenemos que hablar.
                -Yo no tengo nada que hablar contigo. Adiós.
                -No, no, no… siéntate ahí. Ya.
Ella no le hace caso y abre la puerta. Pero Jaco intenta impedirlo.
                -Que me dejes.
                -No. Por favor, Caye… hablemos. Si es por la clase nos inventaremos algo, diré que ha sido mi culpa o ya haremos algo, por favor.
Ahora es ella la que no puede resistirse. Pero no, ha dicho algo que no debería haber dicho y no va a perdonarle así por las buenas o se acostumbrará y no la dejará en paz nunca.
Se cruza de brazos mientras la puerta se cierra.
                -Gracias –dice él, con la voz más calmada -. Ven, siéntate aquí conmigo.
Ella acepta y se sienta al lado de Jaco, de espaldas a la ventana y con las rodillas en el pecho, que abraza con sus brazos.
                -Lo siento. Mucho –dice él -. Quizás me he pasado. Pero no sabía que te afectase tanto hablar de él, pero… si se supone que estás bien con ese tío por qué estás mal cuando hablas de él.
                -Porque pasó algo hace unas semanas, y no sé nada de él. Y no solo eso, si no, que me dijo muchas cosas que me dolieron y pues… prefiero no acordarme ni oír hablar de nada que tenga que ver con ese tío –imita-, Marc. Porque ya me torturo lo suficiente yo sola con sus recuerdos.
                -Vaya… ¿y puedo saber qué te dijo? –pregunta Jaco, ahora muy interesado.
                -No… no porque no quiera contártelo. No lo sabe nadie en realidad, pero simplemente porque no quiero recordar sus palabras, ¿vale?
                -Sin problema, no te preocupes… ¿necesitas algo?
                -Hmmm… saber por qué ahora eres así.
                -Oye, que yo también tengo sentimientos.
                -Aah, ¿si?
                -Sep, aparte de mis bromas y todo eso, también sé ponerme serio cuando toca.
                -Bueno, me alegra oír eso –dice Caye, que ahora se ha girado para mirarle. Mientras, con los ojos húmedos le sonríe.
Él sonríe también.
                -Quizás necesites algo…
                -Hmmm… que yo sepa no. Aunque gracias por haber hablado conmigo.
                -No tienes que darlas. Pero insisto en que necesites algo –insinúa él.
                -¿Me das un abrazo? –pregunta ella. Pero enseguida se arrepiente.
¿Eres tonta? ¡¿Qué haces?! Por qué habrás dicho eso… se dice a ella misma.
Pero él, sin parecer sorprendido, abre sus brazos y los pasa por los hombros de la chica.
Y allí, Caye todavía sentada con las rodillas en su pecho y sus brazos en el torso del chico, y Jaco de rodillas delante de ella con sus brazos rodeándola, pasan tres, cuatro, cinco minutos en silencio. Un silencio cómodo.
                -Gracias –dice ella, cuando reacciona.
Aquello es algo a lo que no puede acostumbrarse, y menos de Jaco.
                -Siempre que quieras –responde él, que se vuelve a sentar.
                -Vamos, tengo un plan –dice -. Y no pienso dejar que cargues con la culpa.
Y los dos, cómplices por un momento y agarrados de la mano, bajan las escaleras corriendo y sonrientes, dirigiéndose al baño de las chicas.


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