martes, 21 de diciembre de 2010

Un café y un sobre en blanco. Capítulo 2. Llueve sobre mojado.

Principios de Enero, han pasado todas las fiestas. Más o menos las doce de la mañana.
Han pasado más de dos semanas. Y esa curiosa chica no se le va de la cabeza.
¿Por qué tanto misterio? ¿Por qué no deja de pensar en ella si fue una simple mirada? Seguro que él le está dando muchas vueltas y aquella chica ni siquiera se acuerda de lo que hizo ese día.
            -Eh, tío, ¿estás bien? –se acerca Alejandro preocupado.
            -Si, si… Sólo... Sólo pensaba –contesta, dirigiéndose a su siguiente clase, haciéndole señas a su amigo para que le siga, intentando aparentar lo que quiere: no le pasa nada.
Entran en el aula.
            -Señores, ¿necesitan una invitación para entrar a mi clase? O como dicen ustedes, un flyer –dice la profesora, pronunciándolo mal y provocando la risa de más de uno de la clase –porque si es así, avísenme antes y las mando.
            -No, no. No se moleste, lo sentimos –se urge él mismo a responder.
            -Siéntense.
Lleva media hora de clase y está apoyado en la pared sin más ganas que abrir la puerta y salir corriendo en busca de la joven de rizos castaños, casi rubios, y escapar de allí para refugiarse en sus ojos grises, protegidos por sus largas pestañas.
            -Señorito –oye decir a la profesora. Por lo que levanta la vista a ver de quién requiere la atención –si, si. Usted –se ve señalado –por lo que veo, para usted las fórmulas que estoy dando se interpretan como… -la profesora se acerca a su cuaderno, en el que él se da cuenta de que ha dibujado la silueta de la chica, contoneante, sinuosa, esbelta, con un bolígrafo negro –una preciosa joven –termina la profesora -¿su novia?
-No –es lo único que se oye decir.
-Bien, pues igualmente, y si no le importa. Sólo –remarca –si no le importa, copie esto en su cuaderno.

Por fin ha acabado la clase. Ya solo queda una hora para acabar el día.
-Cielo, ¿estás bien? –se acerca Paula.
-Si, si… solo estoy... un poco…
-Distraído –termina su amiga por él.
-Si. Supongo que es eso…
-Uuuuuu. Conozco esa cara… ¡Tu estás pensando en alguien!
-… -no es capaz de responder. Porque en realidad no sabe qué debe decir ahora.
-Venga… dime quien es –ruega su amiga.
-¿Quién?
-Esa chica. Venga ya, que los demás pasa, pero yo no soy tonta y te conozco bastante bien. Cuéntame –le ordena.
Pero él no se siente a gusto. Ni siquiera piensa que haya nada que contar. No pasó nada con aquella chica. Solo se le quedó mirando con curiosidad y él inconscientemente le devolvió la mejor sonrisa que tenía. Aunque, aun así, sentía como si la conociera de mucho antes, como si sus ojos fueran tan transparentes que le mostraran cada vez que se asomara, algo nuevo sobre su vida.
Tic. Tac. Tic. Tac. Tac. Tac. Tac. Siente como si el reloj ralentizara cada vez más. Como si retrocediera solo porque él esperaba que acabe el día, mirándolo insistentemente.
Pese a ser la última clase, y no ser muy pesada, Informática, se siente cansado, aburrido. Como si no hubiese nada en el mundo que pudiera hacer. No sin antes verla de nuevo.
Otra vez ella. ¿No va a poder quitársela de la cabeza nunca más? ¿Y si no la vuelve a ver?
Bueno, ya está bien. Se dice a si mismo. Mientras nota que su móvil vibra. Lo saca del bolsillo disimuladamente y ve un nuevo aviso de su WhatsApp.
Mario. Que si se va con él al Starbucks después de las clases.
Mira a su amigo y le en sus labios un “Venga tío, que es viernes”.
En cuanto vuelve a leer el mensaje del WhatsApp se le iluminan los ojos. Sonríe de una manera exagerada, imposible de esconder. Y es que en realidad no han pasado más de dos semanas, sino justo tres. Justo. Mario le mira extrañado. Es el mismo plan de los últimos viernes, y nunca había mostrado tal felicidad ante la propuesta. Algo estaba pasando, y él iba a averiguarlo.
Por fin el timbre de salida suena, indicando el final de la jornada escolar para los de secundaria y bachillerato.
Mario y su amigo caminan rápido entre sus compañeros, para no tener que esperar cola más tarde. Ninguno se despide de ningún amigo, ya que al día siguiente por la tarde se verán a la hora de siempre, en el sitio de siempre.
Salen rápido, y se dirigen a la parada de la primera ruta, que les llevará a casa de Mario. Allí comerán, se cambiarán y se irán al centro comercial de siempre. A hacer lo mismo de siempre. Solo que esta vez, por alguna desconocida razón, a él parece interesarle mucho más el plan.
Dan las cinco y media cuando salen de la casa del joven y se dirigen al Metro. Lo bueno de Madrid es que llegas de una punta a otra en unos minutos.
Destino Sol. Como cada viernes, los chicos ensayan su número de Tectonik en el vagón. Atrayendo miradas y sonrisas de interés, mas por los bailarines que por el propio espectáculo. Pero ellos siguen bailando. Con gracia, divertidos y sin pudor alguno.
Después de varias paradas y sin tener que hacer trasbordo, los dos amigos se bajan del vagón y se dirigen, un viernes más, al Starbucks de aquella esquina. Cada uno con una esperanza, con una chispa de alegría y con una razón distinta para sonreír.
Él no ha dejado en pensar algo con lo que poder acercarse si vuelve a verla. Cualquier excusa, algo que decir, algo que se caiga, algo que la llame la atención y se de cuenta de que es él, el chico de hace tres semanas. Empieza a imaginarse hablando con ella, pidiéndole quedar un día. Y sin casi darse cuenta, se oye decir todo eso en alto. Mario le mira como si fuera un extraterrestre. Acerca su mano a su frente para hacer la típica broma de la fiebre, sonríe. Y él, que normalmente le suele molestar que le hagan eso, no lo impide. Solo piensa en la posibilidad, aunque sea más que pequeña, de ver a la joven de los ojos de humo.

A unos cuantos kilómetros del centro de la ciudad, comienza a llover. Ella, que no ha cogido ni paraguas, ni abrigo siquiera porque hacía sol cuando salió, corre a refugiarse al darse cuenta de que su liso pelo se empieza a encrespar y que sus Oxford se están mojando, cosas que no le hacen ninguna gracia.
Algo sobresale de su bolso. Algo pesado, pero frágil. Bastante usado por lo que parece. Ella no se da cuenta y sigue trotando, cuyo fin de carrera se encuentra debajo de la parada del autobús.
En ese mismo sitio de la ciudad, un libro cae abierto a la calzada, empapándose, borrándose toda esa historia que se traen Elisabeth Bennet y el señor Darcy. De unas páginas que han sido leídas por la misma persona veintiuna veces, contadas.


jueves, 16 de diciembre de 2010

Un café y un sobre en blanco. Capítulo 1. El reloj.


-Soy frágil, irremediablemente frágil…-se maldice ella mientras se seca una lágrima, que solitaria, corre por sus mejillas.
Agradece que llueva, ya que así se confunden sus lágrimas, con el aguacero que asola la ciudad. 
A cada paso que da, recerrda cada frase, cada mirada por aquella web-cam, que los unía a pesar de la distancia, cada confesión, cada sonrisa, cada secreto…
-¿Por qué te creí, Marc?... ¡Prometiste quedarte para siempre!-expresa en voz  alta, desgarradora, casi enfadada.  La gente se vuelve para mirarla, pero ella niega repetidamente con la cabeza y sigue caminando. Que la gente piense que está loca, es el menor de sus problemas en ese preciso momento.
Recuerda la carta que ha escrito esa mañana en clase de Lengua. Esa carta que desea que él lea.  Esa carta que ha escrito medio a escondidas y que aquel compañero de pupitre, tan cotilla ha querido leer a toda costa. Suspira profundamente.
-¡Ojalá la gente se metiera en sus asuntos! -piensa entonces entre enfurecida y dolida al recordar todos aquellos comentarios y cotilleos que corrían por el colegio. La gran mayoría no eran ciertos y pese a que se obligaba a no prestar atención, últimamente aquel pacto silencioso que ella misma se había impuesto no obtenía muchos resultados. No hacía falta que le recordaran su nombre, ni siquiera su historia, por mucho que quisiera era incapaz de dejar de pensar en ella.
Acelera al ver a Gonzalo, su mejor amigo, en la puerta de aquel  café y se pregunta por enésima vez en aquella tarde, qué hace ahí.
Una voz dentro de su cabeza, se apresura a contestarla: El persuasivo de Lalo, como si eso explicara todo. Avanza hacía él y le da un pequeño beso en la mejilla como saludo.
-Has llorado -comenta el chico seriamente. Pocas veces, hablaba  en aquel tono adulto. Ya que todo lo que decía, iba acompañado de un comentario sarcástico y divertido. Que casi, sin pretenderlo, te obligaba a sacar una sonrisa al instante.
Esta vez, Caye no se apresura a contradecirle como acostumbraba. Simplemente le abraza en silencio, poniéndose de puntillas, ya que su mejor amigo era más alto que ella. Él comprende sin necesidad de palabras.
-¿Voy bien? –dice ella, que se ha vestido despacio y sin muchas ganas. Poniéndose lo primero que ha visto en el armario: camiseta blanca de Paul Frank, falda alta granate, medias marrón oscuro, zapatos Oxford en camel y trenca del mismo color.
-Perfectamente combinada, como siempre –apremia él -¿Yo? –pregunta sonriente, poniendo cara no haber roto un plato en su vida.
-Increíble, como siempre –le contesta al chico que lleva los pantalones color mostaza, un polo de manga larga azul marino, con el cuello granate, una trenca de cuadros azul marino y camel y sus Gansos preferidos.
Acto seguido, se adentran en aquella calle atestada de gente que se encuentra cargada con compras navideñas. Hablando de cosas banales sin importancia, de bromas que sólo ellos dos conocen. La chica apreció  enormemente ese gesto, en aquellos momentos no se encontraba con ánimos para charlas sobre nada en concreto. Por lo que su amigo la libró de esa pequeña incomodidad, haciéndola reír de cuando en cuando.
Más tarde, una vez comprado  el reloj que había visto la muchacha semanas atrás, deciden dar una vuelta, antes de tomar algo.
Entran a varias tiendas. Ella se compra una falda, un pañuelo, unas calzas y alguna que otra prenda más. Todo le está permitido aquella tarde. Al menos algo tiene que hacerla sonreír.
Y Lalo lo sabe, le ve brillar los ojos y eso le hace sentir bien. Quiere a aquella chica casi más que a él mismo, y verla sufrir le duele como si le pegaran a él.
Cayetana llevaba tres semanas sin apenas dormir, mandándole mensajes sobre lo mal que se sentía. Y eso a él le mata. Por lo que aquellos casi noventa euros que la joven ha gastado en apenas hora y media, le son perdonados por aquella vez. Sin reproches ni malas caras.
Han corrido muchos rumores sobre ellos dos en aquel colegio raro al que tenían que ir día a día. Siempre había alguien que intentaba sacar partido de su profunda amistad diciendo que se habían liado, que en realidad no se soportaban, o que ya no eran vírgenes ninguno de los dos.
Pero nada de aquello les importaba a ninguno de los dos, es más, aquel último rumor sobre ellos era reciente, y Cayetana no tenía constancia. Lalo se carcajea por lo bajo.  Aquel era el mayor disparate que podían inventarse. Él y Cayetana haciéndolo. No podía imaginarse a su mejor amiga de esa manera. Y tampoco pensaba contarle nada de aquello, no al menos aquella tarde… Aquella tarde que era solo para ella.
Después de varias tiendas en las que la joven yo no se interesa por nada de lo que han visto, deciden buscar un local donde descansar un poco. Un pálido sol luce entre las nubes, desafiando al mal tiempo.
Cayetana corre al reconocer el logotipo del Starbucks, como si le fuera su vida en ello. Amaba aquel establecimiento, cualquiera diría que era su segunda casa. Entra, sintiendo el calor que hace dentro, seguida de cerca por Lalo.
Al entrar en el café y acercarse al mostrador para pedir su bebida, la chica se fija a través del cristal en un grupo de chicos que bailan Tectonik, ajenos al frío, casi invernal, que sacude la calle. Aquellos chicos, que si estuvieran delante los macarras de su clase dirían que eran “de su misma especie”, o pijos, como solían decir.
No puede evitar fijarse en el muchacho rubio, el más alto de todos. Que al percatarse de su mirada la sonríe.
Sorprendida por ese gesto, coge su Mocca Praliné recién hecho y humeante, y se acomoda en la mesa del fondo, dispuesta a beber para olvidar.



sábado, 11 de diciembre de 2010

Un café y un sobre en blanco. Prólogo.

Caye se encontraba mirando distraídamente por la ventana. Hacía rato que había desistido en aprenderse siquiera una página de aquel tema sobre Física y química. Por lo que ahora el libro yacía en la cama, abierto por una página cualquiera.
Su mirada, se dirigió al firmamento que ya comenzaba a oscurecerse, indicando las pocas horas de sol que restaban para que el astro se ocultara.

-¿Por qué? Simplemente, ¿por qué, Marc?- posó la mirada en aquella fotografía. En la que un muchacho joven, sonreía a cámara. Alzó su dedo índice y se sorprendió así misma repasando con él su silueta con infinito cariño. Como si temiera que el papel se rasgara o se desvaneciera de pronto. 
Aquella  pregunta llevaba días formándose en su mente, dando vueltas como en una noria, a una velocidad vertiginosa.
Marc, aquel chico por el que ella había apostado todo. En que ella había confiado ciegamente. Con él que había compartido tantos momentos y tantas noches en vela frente a la pantalla de su ordenador, había desaparecido de su vida tan rápido cómo había venido. Sin un motivo  aparente ni dar ninguna explicación.
Una lágrima recorrió su rostro y siguió su curso, sin que nadie lo impidiera. Hasta acabar sobre su falda de un uniforme que ella catalogaba de infinitamente incómodo. Sólo entonces pareció percatarse de que estaba llorando. Como hacía tiempo que no lo hacía.

La vibración de su Blackberry y la luz parpadeante, la indicó que la estaban llamando. Con un suspiro sin ni siquiera fijarse en el nombre de la persona que requería su atención se lo colocó en el oído y tras decir un ¿Diga? en un hilo de voz, escuchó al siempre optimista de Lalo, su mejor amigo.  
-¿Recuerdas el reloj que querías? Bien, cómo te hacía tanta ilusión y sólo quedaba uno, he pensado que podíamos comprarlo y dar una vuelta por ahí. ¿Si? Bueno, prepara la ropa que te quieras poner que en cuanto comamos mañana nos vamos. Un beso- dijo como saludo el muchacho.
         -Gonza...- comenzó ella, pero lo único que escuchó como respuesta fue el bip que daba la conversación por finalizada


viernes, 10 de diciembre de 2010

Un café y un sobre en blanco. Portada.

Para que veáis. Alba se ha currado en un día una portada para la novela. Lo ha dibujado ella :)
Cada historia tiene sus objetos significativos... a lo largo de la novela lo veréis. Esperamos que os guste!!

jueves, 9 de diciembre de 2010

Un café y un sobre en blanco. Sinopsis.

Su título es:
"UN CAFÉ Y UN SOBRE EN BLANCO"
Una chica, cuya vida aparentemente normal gira completamente antes del verano. Será muy feliz hasta el principio de la historia, donde esa felicidad se ha ido con la persona con la que vino.
Conocerá a gente nueva y encontrará de nuevo la felicidad en los lugares más remotos, tales como un Starbucks.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Temática y demás.

Hola! Somos Marina y Alba. Más conocidas como Jazz y Bean, respectivamente.
Nos encanta escribir, y aparte de tener nuestros respectivos Blogs personales (A un paso de sentir y amordiscos.), hemos decidido crear este blog para subir nuestras historias y novelas, inspiradas ni más ni menos que en nuestras propias vivencias.
En cada entrada subiremos un capitulo de nuestras respectivas historias, indicando siempre el título y el número de capítulo para que no se pierda el hilo de la historia ;)