jueves, 5 de mayo de 2011

Un café y un sobre en blanco. Capítulo 9. En el sexto escalón.

Viernes en Madrid. Tarde de sol. 
                -Hmmm... ¿qué me pongo?
Y vuelve a echar una prenda sobre la cama después de, al igual que lleva haciéndolo toda la tarde con todo su armario, ponérselo sobre el pecho para ver qué tal.
Bueno, ya está bien, que sólo vas a dar una vuelta. Se dice a sí misma.
Y acaba decidiéndose por un vestido rojo de media manga, liso, por encima de la rodilla con unos Oxford con la bandera inglesa que su padre le consiguió de la Edición Limitada de Moschino.
Coge su móvil, sus RayBan de flores y su bolso azul de charol. Y sale sin decir nada, Víctor avisará a sus padres de que ha salido.

Encuentro en cualquier lugar, arenas de algún mar
que hace ya tiempo pudo vernos caminando juntos.
Echo de menos despertar...


¡Es él! Ha cambiado su tono de llamada y ha dejado ese para Jaco únicamente.
                -¡Si?
                -¡Hola! ¿Qué tal va la tarde?
                -Hmmm... bien –la verdad es que era el primer día que tenía el número de Jaco y veía algo raro que la hubiera llamado.
                -¿Pasa algo?
                -¿Eh? No, nada –y ríen.
                -Qué te iba a decir... ¡Ah! ¿Quedamos? ¿Esta tarde, quizás mañana?
                -Emmm... esta tarde no creo que pueda. Y tampoco sé lo que voy a hacer mañana, pero... vale, llámame y vemos.
                -Tienes prisa, ¿verdad? Si es que no tendría que haber llamado...
                -¡No! ¡Qué va! Me ha extrañado, pero me gusta... –y se arrepiente enseguida, como siempre con él, de haber dicho eso.
Jaco se ríe al otro lado de la línea.
                -Bien, entonces ya hablamos. Tengo ganas de verte. Un beso.
                -Hmmm.. ¡Si, si! ¡Adiós!
Y cuelga.
Alonso la espera. Corre. Mira su reloj, las seis menos veinte. ¡Y habían quedado a las cinco y media!

Alonso mira una vez más el reloj. Si no hubiera podido ir le hubiera llamado, ¿no?
Vale, estoy paranoico. Tranquilízate un poco, tío. Se dice.
                -¿Estaré demasiado arreglado? ¿Demasiado informal, quizás? –dice para sí.
Se ha puesto un pantalón beis y un polo de Tommy de rayas moradas y verde oscuro, de esos que se levanta el cuello.
Se echa el pelo para atrás. ¿Dónde estará?... Bueno, solo han pasado diez minutos, habrá perdido el autobús.

Ve una silueta rubia a lo lejos mirándose en el reflejo de un escaparate. Seguro que es él.
Corre hacia la posición de su amigo. Porque es su amigo, ¿no?
                -¡Hola!
                -¡Joder! –exclama él.
                -¿Tan mal voy?
                -¿Bromeas? –dice, mientras le da una vuelta sobre su propio eje como si fuera una bailarina –Sólo me has asustado un poco...
                -Un poco... –dice ella. De seguido se ríe. Él la acompaña.
                -¿Vamos?
Y caminan a lo largo de toda la calle hasta llegar a un bar de zumos.
                -¡Ala! Yo no conocía esto...
                -Pues ya lo conoces, pero sólo podrás venir aquí conmigo. Ya que no lo conocías... –y sonríe.
                -Hmmm... eso me suena a algo... ¡Carolina se enamora! ¡Qué plagias eres!
                -¿Te has leído ese libro?
                -Si. Y por lo que veo tú también...
                -Me lo mandaron en clase...
                -¡Seguro! –y se carcajea –da igual, sea como sea...
                -Sólo quería ser original.
                -Lo has sido. Tendrás tu premio –dice. Y le guiña un ojo.
Eso le ha sonado bien. ¿Le dará un beso?
Bueno, mejor que no se adelante a los acontecimientos que la tarde acaba de empezar.
Los dos entran. Se sientan y piden ella, una bandeja de macarons y él, una cookie gigante de chocolate blanco. Además, un zumo de mora y manzana, y uno de kiwi y plátano, respectivamente.
Los dos ríes, hablan y disfrutan de sus dulces, mientras beben  y, mientras en otra parte de Madrid la tarde no está siendo tan dulce…

¿Por qué no le llama? ¿Habrá hecho otros planes? Seguro…
Y encima le ha dicho a los chicos que no salía porque le habían castigado. Definitivamente, va a ser un viernes de mierda. Olé por él y su vida social.

                -¿Quieres algo más?
                -¿Bromeas? Una sola gota más de zumo y te denunciarán por poner bomba suicida en Madrid –dice Caye echándose hacia atrás para apoyarse en el respaldo de la silla.
Los dos ríen, cogen sus cosas y salen del establecimiento animados, risueños.
Empiezan a andar calle arriba, hasta llegar a unas escaleras empinadísimas.
                -Yo no puedo subir eso, me parto la crisma –dice ella.
                -No te preocupes, nos sentamos ahí, en el sexto escalón –dice él sonriente.
                -¿El sexto tiene que ser?
                -Si. Si… o si.
                -Vaya… Pues, vamos.
Y  suben hasta el sexto escalón. Un escalón exactamente igual que los demás para Caye, al menos por ahora.
Alo la mira, sus ojos, su sonrisa. Hoy su pelo parece más brillante, sus labios parecen más gruesos, más llenos… como de alegría.
Caye se siente cómoda con Alo, menos cuando la mira fijamente y siente como si tuviera algo entre los dientes, una legaña o algo en la nariz. En el mismo instante que piensa eso se ríe ella sola.
                -¿Qué? ¿Tengo algo? –pregunta Alo alarmado.
                -Sí –dice, fingiendo reírse de él -. Ahí, no no, más arriba, más. Más arriba, no no, un poco más abajo, derecha, derecha. ¡No! A mi derecha no a la tuya –y vuelve a reír.
Entra en un juego nuevo, íntimo, que solo ella entiende. Que solo ella entiende, pero que no tardará en descubrir él. O eso cree.
Alo se rinde, baja la mano y busca los ojos de la chica. Ella deja de reír, su corazón late a mil por hora.

"¿Qué va a hacer? ¿La besa, no la besa? ¿Se apartará?"

"¿Va a besarla? ¿En serio quiere besarla? Va a ser el primero que lo haga, y no quiere mentirse a sí misma: le hubiera gustado que, como todas las veces que lo ha soñado despierta, el primero hubiera sido Marc."

"Sí."

Alo intenta sonreír, pero tiene que admitirlo: está nervioso.
Se acerca cada vez más a ella, de quien empieza a notar la respiración entrecortada. Sonríe, él no es el único que está atacado. Cierra los ojos, cierra los labios e intenta respirar profundamente. Ella le mira, intenta respirar igual, pero no lo consigue. Alo sigue acercándose, más. Más, más. Y sus labios finalmente se juntan.
Beso seco. Mierda.
Ella se separa y se relame, vuelve a cerrar los ojos. Alo vuelve a acercarse y vuelven a sus labios. Se fusionan, se hacen uno. Se mueven como olas, al mismo ritmo, despacio. Despacio y luego rápido, y luego otra vez despacio. Sus lenguas se exploran  con ansia, con ganas de conocer. Como si llegando más y más lejos fueran a llegar a saber cada historia que ha pasado por ellos, por ahí.

Son las ocho y media de la tarde. El móvil no ha sonado y no cree que vaya a sonar. Jaco le da un manotazo a su Nokia N97 hasta tirarlo de la cama.
Menudo iluso está hecho.

Son las ocho y media de la tarde y ellos siguen en ese sexto escalón. En el que no es la primera vez que uno de los dos ha vivido lo que está viviendo en estos momentos.
Y el otro no lo sabe, pero ellos siguen besándose, abandonados el uno en el otro. Ha sido un buen viernes.


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