-Soy frágil, irremediablemente frágil…-se maldice ella mientras se seca una lágrima, que solitaria, corre por sus mejillas.
Agradece que llueva, ya que así se confunden sus lágrimas, con el aguacero que asola la ciudad.
A cada paso que da, recerrda cada frase, cada mirada por aquella web-cam, que los unía a pesar de la distancia, cada confesión, cada sonrisa, cada secreto…
Agradece que llueva, ya que así se confunden sus lágrimas, con el aguacero que asola la ciudad.
A cada paso que da, recerrda cada frase, cada mirada por aquella web-cam, que los unía a pesar de la distancia, cada confesión, cada sonrisa, cada secreto…
-¿Por qué te creí, Marc?... ¡Prometiste quedarte para siempre!-expresa en voz alta, desgarradora, casi enfadada. La gente se vuelve para mirarla, pero ella niega repetidamente con la cabeza y sigue caminando. Que la gente piense que está loca, es el menor de sus problemas en ese preciso momento.
Recuerda la carta que ha escrito esa mañana en clase de Lengua. Esa carta que desea que él lea. Esa carta que ha escrito medio a escondidas y que aquel compañero de pupitre, tan cotilla ha querido leer a toda costa. Suspira profundamente.
-¡Ojalá la gente se metiera en sus asuntos! -piensa entonces entre enfurecida y dolida al recordar todos aquellos comentarios y cotilleos que corrían por el colegio. La gran mayoría no eran ciertos y pese a que se obligaba a no prestar atención, últimamente aquel pacto silencioso que ella misma se había impuesto no obtenía muchos resultados. No hacía falta que le recordaran su nombre, ni siquiera su historia, por mucho que quisiera era incapaz de dejar de pensar en ella.
Acelera al ver a Gonzalo, su mejor amigo, en la puerta de aquel café y se pregunta por enésima vez en aquella tarde, qué hace ahí.
Una voz dentro de su cabeza, se apresura a contestarla: El persuasivo de Lalo, como si eso explicara todo. Avanza hacía él y le da un pequeño beso en la mejilla como saludo.
Una voz dentro de su cabeza, se apresura a contestarla: El persuasivo de Lalo, como si eso explicara todo. Avanza hacía él y le da un pequeño beso en la mejilla como saludo.
-Has llorado -comenta el chico seriamente. Pocas veces, hablaba en aquel tono adulto. Ya que todo lo que decía, iba acompañado de un comentario sarcástico y divertido. Que casi, sin pretenderlo, te obligaba a sacar una sonrisa al instante.
Esta vez, Caye no se apresura a contradecirle como acostumbraba. Simplemente le abraza en silencio, poniéndose de puntillas, ya que su mejor amigo era más alto que ella. Él comprende sin necesidad de palabras.
-¿Voy bien? –dice ella, que se ha vestido despacio y sin muchas ganas. Poniéndose lo primero que ha visto en el armario: camiseta blanca de Paul Frank, falda alta granate, medias marrón oscuro, zapatos Oxford en camel y trenca del mismo color.
-Perfectamente combinada, como siempre –apremia él -¿Yo? –pregunta sonriente, poniendo cara no haber roto un plato en su vida.
-Increíble, como siempre –le contesta al chico que lleva los pantalones color mostaza, un polo de manga larga azul marino, con el cuello granate, una trenca de cuadros azul marino y camel y sus Gansos preferidos.
Acto seguido, se adentran en aquella calle atestada de gente que se encuentra cargada con compras navideñas. Hablando de cosas banales sin importancia, de bromas que sólo ellos dos conocen. La chica apreció enormemente ese gesto, en aquellos momentos no se encontraba con ánimos para charlas sobre nada en concreto. Por lo que su amigo la libró de esa pequeña incomodidad, haciéndola reír de cuando en cuando.
Más tarde, una vez comprado el reloj que había visto la muchacha semanas atrás, deciden dar una vuelta, antes de tomar algo.
Entran a varias tiendas. Ella se compra una falda, un pañuelo, unas calzas y alguna que otra prenda más. Todo le está permitido aquella tarde. Al menos algo tiene que hacerla sonreír.
Y Lalo lo sabe, le ve brillar los ojos y eso le hace sentir bien. Quiere a aquella chica casi más que a él mismo, y verla sufrir le duele como si le pegaran a él.
Cayetana llevaba tres semanas sin apenas dormir, mandándole mensajes sobre lo mal que se sentía. Y eso a él le mata. Por lo que aquellos casi noventa euros que la joven ha gastado en apenas hora y media, le son perdonados por aquella vez. Sin reproches ni malas caras.
Han corrido muchos rumores sobre ellos dos en aquel colegio raro al que tenían que ir día a día. Siempre había alguien que intentaba sacar partido de su profunda amistad diciendo que se habían liado, que en realidad no se soportaban, o que ya no eran vírgenes ninguno de los dos.
Pero nada de aquello les importaba a ninguno de los dos, es más, aquel último rumor sobre ellos era reciente, y Cayetana no tenía constancia. Lalo se carcajea por lo bajo. Aquel era el mayor disparate que podían inventarse. Él y Cayetana haciéndolo. No podía imaginarse a su mejor amiga de esa manera. Y tampoco pensaba contarle nada de aquello, no al menos aquella tarde… Aquella tarde que era solo para ella.
Y Lalo lo sabe, le ve brillar los ojos y eso le hace sentir bien. Quiere a aquella chica casi más que a él mismo, y verla sufrir le duele como si le pegaran a él.
Cayetana llevaba tres semanas sin apenas dormir, mandándole mensajes sobre lo mal que se sentía. Y eso a él le mata. Por lo que aquellos casi noventa euros que la joven ha gastado en apenas hora y media, le son perdonados por aquella vez. Sin reproches ni malas caras.
Han corrido muchos rumores sobre ellos dos en aquel colegio raro al que tenían que ir día a día. Siempre había alguien que intentaba sacar partido de su profunda amistad diciendo que se habían liado, que en realidad no se soportaban, o que ya no eran vírgenes ninguno de los dos.
Pero nada de aquello les importaba a ninguno de los dos, es más, aquel último rumor sobre ellos era reciente, y Cayetana no tenía constancia. Lalo se carcajea por lo bajo. Aquel era el mayor disparate que podían inventarse. Él y Cayetana haciéndolo. No podía imaginarse a su mejor amiga de esa manera. Y tampoco pensaba contarle nada de aquello, no al menos aquella tarde… Aquella tarde que era solo para ella.
Después de varias tiendas en las que la joven yo no se interesa por nada de lo que han visto, deciden buscar un local donde descansar un poco. Un pálido sol luce entre las nubes, desafiando al mal tiempo.
Cayetana corre al reconocer el logotipo del Starbucks, como si le fuera su vida en ello. Amaba aquel establecimiento, cualquiera diría que era su segunda casa. Entra, sintiendo el calor que hace dentro, seguida de cerca por Lalo.
Al entrar en el café y acercarse al mostrador para pedir su bebida, la chica se fija a través del cristal en un grupo de chicos que bailan Tectonik, ajenos al frío, casi invernal, que sacude la calle. Aquellos chicos, que si estuvieran delante los macarras de su clase dirían que eran “de su misma especie”, o pijos, como solían decir.
Cayetana corre al reconocer el logotipo del Starbucks, como si le fuera su vida en ello. Amaba aquel establecimiento, cualquiera diría que era su segunda casa. Entra, sintiendo el calor que hace dentro, seguida de cerca por Lalo.
Al entrar en el café y acercarse al mostrador para pedir su bebida, la chica se fija a través del cristal en un grupo de chicos que bailan Tectonik, ajenos al frío, casi invernal, que sacude la calle. Aquellos chicos, que si estuvieran delante los macarras de su clase dirían que eran “de su misma especie”, o pijos, como solían decir.
No puede evitar fijarse en el muchacho rubio, el más alto de todos. Que al percatarse de su mirada la sonríe.
Sorprendida por ese gesto, coge su Mocca Praliné recién hecho y humeante, y se acomoda en la mesa del fondo, dispuesta a beber para olvidar.
Sorprendida por ese gesto, coge su Mocca Praliné recién hecho y humeante, y se acomoda en la mesa del fondo, dispuesta a beber para olvidar.

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