martes, 1 de febrero de 2011

Un café y un sobre en blanco. Capítulo 4. No te lo creas tanto.


Principios de Enero en un pueblo cerca de la capital. Un día helado en Madrid, moral y meteorológicamente.

Bip bipbip, bip bipbip, bip bipbip!
Otra vez, como cada mañana, el atronador sonido del despertador.
                -Joder… -maldice ella, que, con los ojos aún cerrados, apaga la molesta alarma.
Se levanta rápido, y se dirige corriendo al baño para entrar antes que su hermano. Pero no le hace falta correr, al ver que éste, legañoso, en el intento de alcanzarla se choca con la puerta de su habitación. Cosa que hace que ella se tire al suelo de la risa.
                -Menuda forma de empezar la mañana, hijo… -dice Alejandra, la madre de ambos, que se dirige escaleras abajo para prepararles el desayuno.
                -Solo por lo bien que lo has hecho, te dejo que entres primero –dice Cayetana, cuando la risa va calmándose.
Mientras su hermano se ducha, ella decide hacer la cama y encender el ordenador. Tiene dos mensajes privados en el Tuenti. Los dos son de desconocidos.
Al ver el que los envía, se lleva la mano a la boca mientras las lágrimas afloran… no sabe qué ha pasado, ni el contenido completo del mensaje, pero antes de quedarse pegada ahí toda la mañana comiéndose la cabeza por lo que haya causado aquello, apaga la pantalla y saca su uniforme. Falda verde oscuro, polo blanco y jersey y leotardos granate oscuro; el mismo y aburrido atuendo de todos los días. Maldice de nuevo por lo bajo.
                -Ya puedes pasar –anuncia Víctor en el marco de su puerta, con una toalla enrollada en su cintura.
                -Vale…
Cayetana entra en el baño, a paso lento y agarrándose el vientre. Se siente mal, peor que mal.
Se lava la cara con agua helada, se le adormece, pierde por un segundo la respiración. Se recoge el pelo en una trenza de raíz y se pone una diadema finita sujetándole el flequillo. Sus perlas, un poco de raya verde y su colonia Lady Rebel. Se lava los dientes y sale. 

Encuentro en cualquier lugar, arenas de algún mar
que hace ya tiempo pudo vernos caminando juntos.
Echo de menos despertar, y verte suspirar.
Echo de menos dibujar tu cuerpo con mis dedos.


Suena su BlackBerry nueva. Una Bold 9000. Pero... ¿quién la estará llamando a estas horas?
Deja de sonar. Una llamada perdida, número que desconoce.
Guarda el móvil en su mochila, coge su trenca de cuadros verde y baja a desayunar con su hermano mientras su madre vuelve a la cama.
Traga su café energéticamente y se mete una galleta Maria untada con mantequilla en la boca.
                -Vamos Víctor –dice ella.
                -¿Por qué tienes tanta prisa? Todavía queda media hora para entrar.
                -Tengo que hacer una cosa.
                -¿Has quedado con tu novio? –dice arqueando las cejas.
                -Qué tonto eres…  -dice ella sonriendo mientras se acerca a él.
Víctor coge a su hermana y la sienta encima suyo.
-¡Ay! ¡Qué asco Víctor! –dice cuando su hermano le planta un beso con los morros llenos de cola-cao y galletas migadas.
                -Un beso mojado –dice carcajeándose -. ¿No te ha gustado?
Ella no le contesta, se acerca a él y le lame la mejilla.
Le ha cogido tan de sorpresa que no puede reaccionar, pone cara de asco y empieza a hacerle cosquillas a su hermana. Ella empieza a retorcerse de la risa hasta que, sin querer, de un manotazo, la taza todavía medio llena cae al suelo.
                -¿Qué pasa ahí abajo? –exclama su padre desde la cama.
                -¡Nada papá! –dice él doblado de la risa.
                -Ssh, hay que recoger todo esto –dice su hermana.
Los dos, todavía riéndose, cogen una fregona. Y mientras uno recoge la taza hecha añicos, el otro friega la leche chocolateada del suelo.
                -Vamos, que llegamos tarde –apura Cayetana mientras se cuelga su bolso de charol azul marino de Bimba&Lola que le regaló su padre en su último viaje a Milán.
                -Si no hubieras tirado MI cola-cao –recalca -, no tendríamos que correr, ya habríamos salido –dice Vic para chincharla -. ¡Hasta luego!
Y salen de la casa para coger la ruta que les llevará al colegio, pero será la segunda tanda, así que no llegarán con sus amigos, que seguro habrán cogido la primera.
Después de quince minutos de viaje y ocho paradas, por fin, cada uno por su parte y después de un abrazo, se junta con sus amigos para entrar a clase.

Encuentro en cualquier lugar, arenas de algún mar
que hace ya tiempo puedo vernos caminando juntos.
Echo de menos despertar, y verte suspirar.
Echo de menos dibujar tu cuerpo con mis dedos.


Otra vez el mismo número.
                -¿Entramos? –dice alguien, y Lalo, Cayetana, Chus, Javi, Irene, Carlo, Roi y Lena se dirigen pasillo tras pasillo, hacia su fila de taquillas.
Caye, se detiene mientras el grupo sigue avanzando. Ahí está él. Recuerda que, cuando Marc todavía estaba en su vida, le preocupaba que Jaco le gustara tanto como para dejar de sentir algo por el primero. Pero ahora que Marc ya no estaba, no le preocupaba demasiado el no poder evitar sentirse terriblemente atraída por aquel chico de actitud chulesca y macarrilla.
Jaco, que al verla pasar se ha girado, sonríe al verla mirándole. La saluda con la mano y le guiña el ojo.
El corazón de Caye da un vuelco. Niega con la cabeza mirando hacia el suelo y sigue por el camino hacia el que iba.
Todos sus amigos han entrado ya en clase.
                -Viva la espera –susurra ella.
Coge los libros de las tres asignaturas de la mañana, y con Jaco detrás, también llegando tarde, entra en clase de Francés.
                -Salut! –dice ella.
                -Salut –dice Jaco imitándola, pero españolizado.
Ambos se sientan en sus sitios. Cayetana nota como Jaco la está mirando, pero no dirige sus ojos hacia él, sonríe para sus adentros y sigue la clase.

Después de Francés, Música y Biología. Un recreo corto. Después, Inglés, Lengua y la hora de la comida. Y para finalizar el día, Matemáticas y Tutoría.
                -¿Qué toca ahora? –pregunta Jaco a todo el pasillo de una sola vez.
                -¿Por qué gritas?
                -Porque si lo digo así, siempre habrá alguien que me responda, sin tener que preguntar ochenta veces.
                -Ah, pero que ¿sabrías contarlas? –dice Cayetana cuando pasa a su lado.
Mientras todos se ríen de la ocurrencia de la tímida chica, Jaco la sigue con la mirada y sonríe. No se había dado cuenta de que Cayetana era tan mona, a decir verdad no se había dado cuenta si quiera de que iba a su clase, hasta que había empezado a chincharla.
                -Bueno, empezamos la clase.
                -Falta gente.
                -Bueno, pues los que vengan a partir de ahora, tendrán una incidencia de retraso y ya está.
En ese mismo momento empieza a entrar gente. Felipe, el profesor, apunta los nombres de todos ellos mientras se van sentando. 
-Parece que no falta nadie –dice él.
Jaco entra por la puerta.
                -Señor Parejo, tiene usted retraso. Siéntese ahí, al lado de la Señorita Artibarre. 
El chico sonríe de oreja a oreja. Ella, mete su cabeza entre sus brazos, pero sonríe sin que nadie la vea.
                -Lo siento Señorita, es el único sitio libre.
                -No, no pasa nada –dice ella.
                -Bien. Hoy no vamos a corregir ejercicios, hoy vamos a dar un poco de teoría: Sucesiones.
Y empieza a apuntar fórmulas, números, y letras sueltas.
                -A ver, Artibarre, ¿me puede decir cuál de estas fórmulas corresponde a una sucesión aritmética?
Cayetana se queda blanca. Las sucesiones es el tema que peor de le da. No sabe la respuesta, y, aunque Felipe lo sabe, la sigue mirando para que responda algo.
                -Emm…

Encuentro en cualquier lugar, arenas de algún mar
que hace ya tiempo pudo vernos caminando juntos.
Echo de menos despertar, y verte suspirar.
Echo de menos dibujar tu cuerpo con mis dedos.


Ella agacha su cabeza contra la mesa.
                -No puede ser –susurra.

Y no me queda nada, ahora es todo lo que soy.
Lo mismo.
Ya na-na-nada podrá cambiar, te fuiste y no volverás,
solo quiero imaginar que al menos, fue de verdad.
Lo mismo.


Jaco se pone a buscar su móvil por la mochila, pero no es el suyo.

Ya na-na-nada podrá cambiar, te fuiste y no volverás.
Mientras soñaré, soñaré que sientes…. Lo mismo.


                -¿Quién me ha robado el móvil? –grita para toda la clase.
Todo el mundo empieza a reírse. Menos Cayetana, que saca su BlackBerry del bolsillo, le da a colgar. Y sin más remedio, le entrega el móvil al docente, que apunta algo en un post-it y lo pega en la parte de atrás del aparato. Seguramente su nombre.
Mierda.
                -Y encima es una BlackBerry –dice alguien.
                -Cállense todos, ya –ordena alzando un poco la voz, el profesor.
Y enseguida se lo guarda en el bolsillo y sigue escribiendo fórmulas en la pizarra.
                -Vaya, qué rebelde –se burla Jaco.
                -Cómprate un bosque y piérdete anda –le responde ella.
Él se carcajea, tiene gracia aquella chica.
                -¿Por qué tienes esa canción en tu móvil?
                -Es mi favorita. O ¿es que acaso no puedo…?
                -También es la mía –interrumpe él.
Ella se calma, sonríe.
                -Parece como si siempre estuvieras enfadada conmigo.
                -Ah, ¿si? ¿Y por qué?
                -No sé, pero siempre que te miro giras la cabeza y si te sonrío me pones cara de asco.
                -¿Sabes? Es que tienes la feliz virtud de ponerme de los nervios.
El chico sonríe y quita importancia con la mano, como si demostrase modestia ante un piropo.
                -Y eres un creído –añade.
                -Y guapo.
                -Lo que decía, un creído.
                -Pero un creído guapo.
Ella ya no lo mira, sonríe mientras se pone sus RayBan Warfarer negras con el cristal blanco, que ha visto que se vuelven a llevar. Y mira de nuevo a la pizarra, todavía sonriente, para empezar a copiar todo en su cuaderno.
La clase se pasa rápido. Jaco le ha contado muchas cosas que la han hecho sonreír, y muchas otras con las que ha reído como hacía semanas que no hacía.
                -Ahora tutoría…
                -Bueno, me pondré a tu lado y te termino de contar lo del finde pasado.
                -Como quieras.
Ella se siente feliz. Por fin. Sale de clase hablando con Jaco, pero enseguida este corre para el baño y Lalo aprovecha y se le acerca.
                -¿Qué tal la clase con el pesadito de…?
                -Muy bien –dice ella sin dejarle termina la pregunta.
                -¿Cómo es que estás tan sonriente?
                -No sé… hoy me siento bien.
                -Yo… joder, no es que no me alegre. Eres mi mejor amiga, pero me preocupa que cambies de humor así… ¿te pasa algo?
                -Que no, Lalo. No me pasa absolutamente nada.
Y corre a la fuente de agua para rellenar su botella.
Una hora más al lado de Jaco y tendrá que darse un masaje facial para quitar el tirón que le impide dejar de sonreír.
Pero no. No puede colarse por alguien así. Le ha contado que la pasada semana se había liado con cinco en una sola noche, y todas ellas eran amigas. Pero que no se había liado con más porque no se relacionaba con feas. Mierda. Eso no es lo que ella quiere. Pero no lo puede evitar. Mierda doble.


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